miércoles, 17 de octubre de 2018

Como hostia pura

San Ignacio de Antioquía fue obispo de Antioquía de Siria y uno de los venerables Padres Apostólicos de la Iglesia.

Nació entre años 30 y 35 d.C. y fue discípulo directo de San Pablo y San Juan; fue también sucesor de San Pedro en el obispado de la Iglesia de Antioquía.

Sus escritos demuestran que la doctrina de la Iglesia Católica viene del propio Jesucristo por medio de los Apóstoles. Esta doctrina incluye: La Eucaristía; la jerarquía y la obediencia a los obispos; la preeminencia de la iglesia de Roma; la virginidad de María y el don de la virginidad; el privilegio que es ser mártir de Cristo.

Cuando fue condenado a morir devorado por las fieras, fue trasladado a Roma y allí recibió la corona de su glorioso martirio el año 107, en tiempos del emperador Trajano. En su viaje a Roma, escribió siete cartas, dirigidas a sendas iglesias, en las que trata sabia y eruditamente de Cristo, de la constitución de la Iglesia y de la vida cristiana.

Los escritos del obispo San Ignacio de Antioquía son de suma importancia porque demuestran la catolicidad de la doctrina desde los tiempos apostólicos. Sus cartas constituyen un testimonio de su amor apasionado por Cristo, su profundidad y claridad de pensamiento teológico y su gran humildad.

San Ignacio manifiesta absoluta certeza de que su inminente martirio por Cristo es un privilegio, por lo que no quiere que nadie se lo impida. Fue él el primero en usar la palabra “Eucaristía” para referirse al Santísimo Sacramento y utiliza la terminología de San Juan para enseñar sobre la Eucaristía, a la que llama “la carne de Cristo”, “Don de Dios”, “Medicina de inmortalidad”. Llama a Jesús “Pan de Dios” que ha de ser comido en el altar, dentro de una única Iglesia.

Decía: “No hallo placer en la comida de corrupción ni en los deleites de la presente vida. El Pan de Dios quiero, que es la carne de Jesucristo, de la semilla de David; su Sangre quiero por bebida, que es amor incorruptible.

“Reuníos en una sola fe y en Jesucristo. Partiendo un solo pan, que es medicina de inmortalidad, remedio para no morir, sino para vivir por siempre en Jesucristo.”

Para Ignacio los “que no confiesan que la Eucaristía es la carne de Jesucristo nuestro Salvador” eran nada menos que herejes condenables.
“San Ignacio de Antioquía, que fuiste probado hasta dar la vida por Cristo, ruega por nosotros.”
Gálatas 5, 18-25
Salmo 1, 1-4. 6

Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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