Jesús acababa de dar instrucciones a sus discípulos para la misión que les iba a encomendar. Debían ir a los pueblos que más tarde él visitaría y preparar a la gente para su llegada sanando a los enfermos, expulsando a los demonios y anunciando el Reino de Dios.
Posiblemente, para que sus discípulos apreciaran más la importancia del trabajo que realizarían, les aclaró de quién era el mensaje que proclamarían y lo mucho que dependería el resultado de la respuesta de la gente.
Jesús era Dios mismo que había venido al mundo en cuerpo fisico para anunciar al pueblo que les estaba ofreciendo vida y paz; ahora enviaba a sus discípulos a ser portavoces suyos, de modo que aceptar o rechazar el mensaje de los discípulos equivalía a aceptar o rechazar a Dios mismo. Los que escucharan la predicación tendrían que tomar la decisión más importante de su vida, ya que su destino eterno dependería de cómo respondieran. La forma en que Jesús se lamentaba del destino que sufrirían las ciudades que ya lo habían rechazado debe haber dejado a los discípulos con una profunda sensación de responsabilidad en cuanto a la tarea que el Señor les estaba encomendando.
Los creyentes de hoy, que formamos el Cuerpo de Cristo, compartimos el llamado a “propagar el Reino de Cristo por toda la tierra” (Catecismo de la Iglesia Católica, 863). Cada cual tiene su campo particular de misión: la familia, el lugar de trabajo, el vecindario. Lo que suceda con las personas con las cuales vivimos y trabajamos es muy importante para Dios y por eso, para que estemos bien equipados para una misión tan difícil de cumplir, Jesús nos ofrece una parte de su propia vida mediante la oración, la reflexión bíblica y su presencia en la Sagrada Eucaristía (véase CIC, 864).
¿Conoce usted a alguien que esté lejos de Dios? Nunca es demasiado tarde para esa persona. Ore por quienes usted sabe que están perdidos; interceda para que el espíritu de revelación actúe en la vida de esas personas. Únalas a Cristo y líbrelas de las garras del maligno. Si le parece que Dios le está pidiendo que les dé testimonio, hágalo con amor y compasión; demuéstreles que el Evangelio es el mensaje más esperanzador y poderoso que hay en el mundo.
“Amado Señor, concédeme el deseo de velar para que muchas otras personas lleguen a conocerte. Úsame para darte a conocer a esas personas, y así muchos hombres y mujeres entren en tu Reino.”
Job 38, 1. 12-21; 40, 3-5
Salmo 139(138), 1-3. 7-10. 13-14
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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