¿Quién es mi prójimo? nos pregunta el Evangelio. Cuentan de unos judíos que sentían curiosidad al ver que su rabino desaparecía tras la oración vespertina del sábado. Sospecharon que tenía un secreto, quizás con Dios, y le encargaron a uno que lo siguiera. Así lo hizo, lleno de emoción, hasta una barriada miserable, donde vio que el rabino cuidaba y barría la casa de una mujer pobre y paralítica; le servía y le preparaba la comida. Cuando volvió el espía, le preguntaron: “¿A dónde fue? ¿A las nubes?” El espía respondió: “¡No, fue más alto que eso!”
Amar al prójimo, especialmente el necesitado, es lo más elevado; allí donde se manifiesta el amor. ¡No pasar de largo!: “Es el propio Cristo quien alza su voz en los pobres para despertar la caridad de sus discípulos”, afirma el Concilio Vaticano II en un documento.
El letrado le preguntó a Jesús: ¿Quién es mi prójimo? Jesús le responde por medio de la parábola del buen samaritano, en donde lo importante no es saber quién es mi prójimo sino “hacerme” prójimo de otro. El verdadero cristiano se hace prójimo de todos porque desea ser portador del amor de Dios a todos.
Ser un buen samaritano para un necesitado significa cambiar los planes que uno tenía y dedicarle tiempo y atención para auxiliarlo en su necesidad, sin buscar retribución y ni siquiera agradecimiento. El posadero, por su parte, sí recibió paga, pero fue más allá de su estricta obligación, pues cuidó al herido. Como dijo San Juan Pablo II: “¿Qué habría hecho el samaritano sin él?”
Todos podemos actuar como el posadero, cumpliendo nuestras tareas con espíritu de servicio. Toda ocupación ofrece la oportunidad, más o menos directa, de ayudar a quien lo necesita. El cumplimiento fiel de los propios deberes profesionales ya es practicar el amor a las personas y a la sociedad.
Preguntó Jesús: “Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fue asaltado? “El que tuvo compasión de él” fue la respuesta. Entonces Jesús le dijo: “Anda y haz tú lo mismo.”
“Señor Jesús, concédeme un corazón sensible y compasivo, para condolerme de verdad ante el sufrimiento y hacer algo para aliviarlo.”
Deuteronomio 30, 10-14
Salmo 69 (68), 14. 17. 30-37
Colosenses 1, 15-20
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