Nuestra vocación es ser santos: «Al contrario, lo mismo que es santo el que los llamó, sean santos también ustedes en toda su conducta, porque está escrito: “Serán santos, porque yo soy santo”» (1 Pe 1,15-16). «él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor» (Ef 1,4).
Además, una vida de santidad no es una vida pacífica, sino de combate. Jesús nos dice: «Miren que yo los envío como ovejas entre lobos; por eso, sean sagaces como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16); e incluso nos da las armas para ganar la batalla.
En Efesios 6 está escrito: «Por lo demás, busquen su fuerza en el Señor y en su invencible poder. Pónganse las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomen las armas de Dios para poder resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todas las pruebas. Estén firmes; ciñan la cintura con la verdad, revistan la coraza de la justicia; calcen los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Embracen el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Pónganse el casco de la salvación y empuñen la espada del Espíritu que es la palabra de Dios».
En Juan 14,6 Jesús dice: «Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida», por el contrario Satanás es el padre de las mentiras. Sólo podemos luchar contra las mentiras anunciando la verdad, lo cual nos libera. La verdad produce santidad (cf. Ef 4,24). La verdad tendrá valor solo si la
vivimos. «Lo que eres habla tan alto que no escucho lo que dices. Que tu vida y comportamiento sean homilías» (San Carlos Borromeo).
«Que su hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5,37).
Por desgracia, hoy en nuestra sociedad, el «sí» está vinculado al «no» como respuesta a una pregunta. Los jóvenes así como los viejos responden fácilmente con ¡sí, no! Esta ambigüedad favorece al enemigo. Estamos en el mundo y no somos del mundo; nuestra lucha por la verdad debe ser constante y a veces nos cuesta grandes sacrificios.
Por nosotros mismos esto resulta imposible; llegamos a esto solo confiando en Jesucristo y su Iglesia, mientras llevemos una vida santa a imagen de la Palabra de Dios.
Todos los fieles participan en la comprensión y transmisión de la verdad revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo quien les enseña y les guía a la verdad completa (cf. 1 Jn 2,20-27).
Sin embargo, es imposible obtener la madurez cristiana sin enfrentarnos seriamente al pecado y su origen. Solo mirándonos a nosotros mismos de una manera realista podemos aprender a localizar el mal y las intrigas atractivas del maligno. Seremos victoriosos en la vida cristiana cuando sepamos discernir el bien del mal y decidamos con firmeza apartarnos de elecciones deliberadas que destruyen esta vida de fe. Primero, es necesario discernir esta verdad antes de poder medir el éxito o fracaso de nuestra moralidad.
¿Cómo puede la justicia ser la coraza?
En la enciclopedia Theo, en la página 839 leemos: «cuando uno sabe que toda la vida cristiana está llamada a ser animada por el amor-caridad, uno ve inmediatamente que la justicia social es un ámbito privilegiado para la encarnación de este amor; pues para amar a alguien se comienza con el respeto que se le debe». También, la caridad cristiana supone el logro de la justicia.
Hablando de la palabra de Dios, Satanás la domina muy bien pues la utiliza para tentar a Jesús: «Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras’ ”» (Mt 4,5-6).
Sin embargo, Satanás tiembla cuando ve a cristianos versados en el conocimiento y uso de la palabra de Dios como él, y también al ver arrodillarse al más débil de los santos. Si las oraciones hacen temblar los cimientos del infierno, el estudio de la biblia es la espada para el ataque de las murallas que se elevan desde estos cimientos.
La Palabra de Dios da sabiduría divina que desafía al maligno y evita sus trampas: «Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más tajante que espada de doble filo; penetra hasta hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón» (Heb 4,12).
Recuerdo la historia de una chica joven que estaba viviendo con una familia adoptiva que sostenía sus estudios. Un día, su tutor, aprovechando la ausencia de los demás, quiso violarla. Ella se defendió del ataque del hombre gritando el nombre de Jesús; consiguió zafarse y encerrarse en su habitación. De pronto, un frío glacial llenó la habitación y esto la obligó a recitar el Salmo 90. La temperatura volvió a la normalidad.
Termino con el relato de un hombre que cada mañana se imaginaba poniéndose el uniforme del día. Primero se ponía el cinturón de la Verdad (Ef 6,14) y le pedía a Dios que le ayudara a vivir en total integridad. Luego, como sugiere la Escritura, se equipaba con la coraza de la Justicia (Ef 6,14) y al hacerlo, le pedía a Dios que le impidiera justificarse a sí mismo y le llenara con la justicia que procede de la fe, como Abraham que creyó en Dios y por su fe Dios lo aceptó como justo (cf. Gal 3,6). Luego se imaginaba a sí mismo poniéndose los zapatos de la Paz. A lo largo del día recitaba las Bienaventuranzas: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Después se veía a sí mismo tomando el escudo de la Fe mientras se preparaba para cumplir con el Evangelio, pues su compromiso era nada menos que la Buena Noticia en todas sus dimensiones. Estaba fortaleciendo su vida para combatir por la fe que Dios ha dado a su pueblo de una vez para siempre (cf. Jds 3). Seguramente también si se pusiera delante de un espejo, se pondría sobre la cabeza el yelmo de la Salvación. Daría gracias a Dios por haberlo elegido para proclamar las obras maravillosas del Señor, que lo llamó de las tinieblas a su admirable luz (cf. 1 Pe 2,9), que es la palabra de Dios (Ef 6,17).
Decía que al vestirse de esa manera sabía que entre las seis piezas mencionadas en Efesios 6, cinco estaban destinadas a proteger a los creyentes de los dardos encendidos del maligno (cf. Ef 6,16). Solo la última, la espada del Espíritu, se le daba como arma ofensiva. Después de haberse vestido y reforzado por completo con la armadura espiritual tomaba la espada de la Palabra de Dios. Entonces estaba preparado para salir a una cultura sin Dios, transformando su universo con el poder de Cristo.
fuente del ICCRs
Boletin - Consulta a la Comisión Doctrinal
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