«Una luz se levantó sobre los que vivían en país de sombra y de muerte»
Se apareció un sol, surgido de Belén sobre Adán que se volvió ciego en el Edén y le abrió los ojos lavándoselos en las aguas del Jordán. Sobre el que estaba cubierto de sombras y tinieblas se elevó la luz que no se apagará jamás. Ya no habrá más noche para él, todo es día; la luz del alba nació para él, porque es durante el crepúsculo que se escondió, tal como lo dice la Escritura (Gn 3,8). El que cayó al atardecer encontró la aurora que le iluminó, escapó de la oscuridad, corrió hacia la mañana que se manifestó y todo se iluminó...
Canta, canta, Adán, adora a aquel que viene a ti; cuando tú te alejaste de él, él se te manifestó para que pudieras verlo, tocarlo, acogerlo. Aquel a quien temías cuando te engañaste, por ti se ha hecho semejante a ti. Por ti se hizo mortal para que tú llegues a ser Dios y te revistas de tu belleza primera. Queriendo abrirte de nuevo las puertas del Edén, vino a vivir en Nazaret. Por todo ello cántale, hombre, y glorifica con un salmo al que se manifestó y todo lo iluminó...
Los ojos de los hijos de la tierra han recibido fuerza para contemplar el rostro celestial; las miradas de los seres de greda (Gn 2,7) han podido ver los resplandores sin sombra alguna de la luz inmaterial que los profetas y los reyes no vieron y, sin embargo, desearon ver (Mt 13,17). Al gran Daniel se le llamó hombre de deseos, porque deseó contemplar al que nosotros contemplamos. También David esperó este decreto; lo que estaba escondido, ahora se puede comprender: es aquel que se manifestó y todo lo iluminó.
San Romano el Melódico (?-c. 560)
compositor de himnos
Himno 2º para la Epifanía, 1,3, 8
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