El hombre llega hasta donde llega su hambre. El límite de un salvaje es lo que puedan abarcar sus ojos. El límite de un hombre con un alma virtuosa se extiende más allá de los márgenes del mundo entero.
En el interior de cada uno de nosotros hay una abismo tal, que si nos asomáramos en él por solamente un instante, nos quedaríamos aterrorizados para siempre. Todos los mundos caben ahí dentro, sin llegar a llenarle por completo. Y aunque le pongamos muchos nombres a esa inmensidad —alma, razón, voluntad, sentimiento, afecto, pasión, vicio, conciencia—, nos sigue siendo desconocida, nebulosa, anónima.
El hombre llega hasta donde llega su hambre. El límite de un salvaje es lo que puedan abarcar sus ojos. El límite de un hombre con un alma virtuosa se extiende más allá de los márgenes del mundo entero. Aunque el universo completo se convirtiera en una mesa con todos los bienes puestos sobre ella, el hombre espiritual no hallaría ahí nada que pudiera satisfacer su hambre. Porque el mundo y sus cosas no parece deseado sino por aquellos que no tienen una vida espiritual. Y es que el universo no existe para saciar el hambre, sino para provocarla. ¿Cómo podría, entonces, mitigar el hambre de uno que es espiritual? ¿Cómo puede, también, satisfacer a aquel a quien le ha abierto el apetito?
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