El encuentro de dos personas en Dios – por intermedio de oración o de la vivencia religiosa compartida – es una de las formas más ricas y profundas de ellas encontrarse con lo mejor que cada uno tiene, ya que están delante del Señor. Ante Él, ellas se desprenden de todo lo que normalmente dificulta el encuentro y van asumiendo, con más objetividad, la actitud comprensiva, benigna y compasiva del amor de Dios.
La unión de dos personas por el sacramento del matrimonio les abre una nueva posibilidad de amor sobrenatural: el cónyuge como un camino para ir a Dios, un lugar de encuentro con el Señor. En el momento solemne de las bodas, Cristo dice a cada uno: “Yo, desde ahora, voy a amarlas especialmente por medio del cónyuge, voy a convertirlo en un santuario de mi encuentro contigo”.
Con eso, el Señor nos deja el gran desafío de buscarlo en el corazón del otro, donde, a partir de ahora, Él nos está esperando. El desafío de descubrir el rostro de Cristo en el rostro del cónyuge, de acoger Su amor como transparente y reflejo del amor divino. Sin embargo, yo debo ser Cristo para el otro, dar a Él el amor, la luz y la fuerza que necesita para crecer y llegar hasta Dios. Así, cada uno se acepta y se entrega al otro como lugar privilegiado de encuentro con el Señor.
Por eso, en todo matrimonio cristiano esta siempre Dios como tercero, como quien hace de puente y vínculo de unión entre los cónyuges. Pero cuando el Señor no ocupa ese lugar dentro del matrimonio, existe siempre lugar para otro tercero, que destruye la alianza matrimonial.
El matrimonio es una comunidad de salvación unida por un vínculo sobrenatural. El amor de Cristo y de María sellan nuestro amor. Estamos unidos como la viña y los brotes. Nuestra salvación esta unida al otro y viene por medio de él. Nuestra santidad se refleja en el otro, nuestro pecado también.
Tan profunda es esta alianza [matrimonial] y este conocimiento mutuo, que los esposos deberían llegar a ser directores espirituales uno del otro. Tanto se conocen que pueden ayudar el otro en el camino de santidad. Esta alianza de amor se da entre los esposos y en ellos con Dios. Por eso es comunidad de salvación, de amor, vida y tarea con Cristo y María.
Compartimos Su misión y junto con Él caminamos hacia Dios Padre. En caso que los contrayentes humanos entren en crisis, el tercero los ampara. Cristo lleva consigo con ellos el matrimonio.
Después de nuestra consagración, la Virgen también comienza a ser una aliada nuestra y nos ayuda en el camino. Ella también nos ampara. Lo que decimos sobre el matrimonio vale para todos los miembros de la familia: padres, hijos, hermanos…Cada uno es Cristo para los demás, reflejo del Señor. Cada uno es y debe ser para el otro, un camino para el Señor, camino privilegiado de amor a Él.
En esto encontramos el sentido de la alianza matrimonial y el sentido de la alianza familiar: todos juntos, unidos y aliados con la Virgen María, caminamos para Dios. Todos juntos, amándonos unos a otros, como al Señor, nos consagramos a María y, mediante ella, nosotros nos entregamos para siempre a Dios.
Queridos hermanos, si dejamos ser educados y guiados por la Virgen María, entonces la alianza con ella va ser como una gran escuela de amor. En ella aprendemos a amar para seguir los caminos de amor divino y llegar al corazón del Padre. Y es así que se convertirá en realidad, en nuestra vida, la alianza con Dios.
Por Padre Nicolas Schwizer
Movimiento apostólico Shoenstatt
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