Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (4,43-54):
En aquel tiempo, salió Jesús de Samaria para Galilea. Jesús mismo había hecho esta afirmación: «Un profeta no es estimado en su propia patria.» Cuando llegó a Galilea, los galileos lo recibieron bien, porque habían visto todo lo que había hecho en Jerusalén durante la fiesta, pues también ellos habían ido a la fiesta. Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino. Había un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún. Oyendo que Jesús había llegado de Judea a Galilea, fue a verle, y le pedía que bajase a curar a su hijo que estaba muriéndose.Jesús le dijo: «Como no veáis signos y prodigios, no creéis.»El funcionario insiste: «Señor, baja antes de que se muera mi niño.»Jesús le contesta: «Anda, tu hijo está curado.»El hombre creyó en la palabra de Jesús y se puso en camino. Iba ya bajando, cuando sus criados vinieron a su encuentro diciéndole que su hijo estaba curado. Él les preguntó a qué hora había empezado la mejoría.Palabra del Señor
Y le contestaron: «Hoy a la una lo dejó la fiebre.»El padre cayó en la cuenta de que ésa era la hora cuando Jesús le había dicho: «Tu hijo está curado.» Y creyó él con toda su familia. Este segundo signo lo hizo Jesús al llegar de Judea a Galilea.
Comentario al Evangelio de hoy Enrique Martinez, cmf
HACERLO TODO NUEVO
Qué curioso es el ser humano: se pasa la vida tratando de cambiar y mejorar todas las cosas que usa... pero es terriblemente inmovilista consigo mismo: Cambiarse, mejorarse, corregirse, aprovechar mejor los propios recursos... es algo que no procuramos tanto.
No siempre en nuestra historia hemos sido partidarios de los cambios. Fijaos en esta definición de «novedad» recogida en un Diccionario: «Cosa nueva y no acostumbrada. Suele ser peligrosa por suponer cambio de lo antiguo».
Un autor clásico recomendaba en 1531: «No os esforcéis en introducir cosas nuevas,
porque las novedades siempre acarrean enfados y escándalo en las gentes».
¿Y acaso no se suele decir «no hay novedad» como sinónimo de que todo está bien?
¿Y no dice también un refrán que «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer»?
Pero en estos tiempos nuestros resulta que si algo es nuevo, ya por eso merece la pena. Las cosas no valen por ser buenas, sino por estar «recién» fabricadas.
Un político no debe resolver los problemas, debe «cambiar» lo que sea.
Una película hay que verla, o un disco hay que comprarlo porque «es lo último».
Y si hablamos de «cacharros», la cosa llega a ser ridícula.
Si te has comprado un ordenador, o un móvil o una tablet el año pasado, puedes estar seguro de que ya tienes una verdadera pieza de museo. Porque ya ha salido uno nuevo (o está a punto de salir) que te da acceso libre a la nube, que tiene pantalla curva y reflejos azulados que son buenísimos para la vista, que detecta y elimina los virus solito, sin preguntarte, y con un disco duro de 1000 Gigas, para que te quepa la próxima nueva versión de Windows. El «nuevo modelo» tiene un teclado con "reposamanos bicónico", pantalla telescópica, doble servicio cruzado para Internet, memoria de intracolágeno ecológico, ratón de polietileno reversible, y sistema de apagado automático cuando le dices «corta y desenchufa».
Hay veces que inventamos más de prisa las cosas que las palabras. Y entonces, al dentífrico que ayer tenía flúor, ahora tiene «biflúor», mañana tendrá triflúor, y pasado «euroflúor refrescante con sabor de melones salvajes»... aunque sea la mismísima pasta de dientes y te los deje exactamente igual que siempre.
El caso es cambiar. Si no plantan encima de cualquier producto la etiqueta de «nuevo», parece que no se vende. Aún tendremos que ver anuncios que nos ofrezcan bebés con supervesícula de doble capacidad, articulaciones irrompibles, riñones con ultrafiltro de orina reciclable, y cerebros de cociente máximo garantizado.
Cambiar, mejorar, inventar, renovar... Cambiará uno de peinado, de modelo de ropa interior, de corazón, se estirará la piel, se recortará las orejas, se pondrá un ombligo esférico con un chip que le tome la tensión y el nivel de colesterol, pero...
Pero el ser humano sigue estando aburrido, sigue teniendo el corazón sediento de felicidad, sigue sufriendo en sus relaciones amorosas, sigue echando de menos una familia estable y compenetrada, sigue siendo egoísta e insolidario, se deja llevar por lo más fácil, tiene cada vez más caprichos, necesita cada vez más cosas, está cada vez más estresado, se siente frustrado por no triunfar de manera automática sin sacrificios, sudor y esfuerzo, aparenta delante de los demás lo que no es... Sigue viviendo en un mundo lleno de injusticias, prejuicios, desigualdades, derroche de recursos naturales, individualismo... Esto no tiene nada de nuevo.
Y si el jersey o la falda son del año pasado ya no valen, y hay que conseguir otro «nuevo» cuanto antes. Pero parece que no le hacemos ascos a llevar el interior lleno de óxido, chatarra y malos olores, a seguir con nuestras mismas manías, defectos, obsesiones, ideas fijas, costumbres dañinas, vulgaridad, mediocridad, cansancio y rutina...
Estamos dispuestos a cambiar lo que sea... menos a nosotros mismos.
La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. (Papa Francisco)
Si dedicásemos la décima parte de los esfuerzos que emplean los diseñadores de chismes varios a mejorar nuestro corazón, nuestro «yo», habríamos convertido el mundo en un lugar maravilloso.
¿Por qué no renovamos nuestro «cajón de sueños», proyectos y utopías, y dejamos que Dios meta unos pocos de los suyos...?
¿Por qué no cambiamos la vieja tela de la desesperanzas por un tejido nuevo antiarrugas e «inencogible»y a prueba de fracasos? Como el funcionario real del Evangelio, volver a casa con esperanza de que las cosas estarán distintas, después de haber escuchado la Palabra.
¿Qué tal si ponemos un «receptor antirruidos» en nuestros oídos para poder escuchar el corazón de los hombres que sufren?
¿Qué tal si estrenamos alguna Viagra que ‘levante’ nuestra desgana a la hora de comprometernos en ayudar a cualquiera que nos pueda estar necesitando?
¿Qué tal si nos instalamos algún zumbador electrónico que nos avise cuando estamos gastando nuestro dinero en cosas innecesarias, o estamos desperdiciando papel, luz, agua, teléfono, tiempo, energías...?
¿Por qué no buscarnos un «móvil» que nos permita estar continuamente en contacto con nuestro propio interior, para escuchar lo que nos dice, y que tenga cobertura permanente y gratuita con el Dios de la Vida y del Amor que hace nuevas todas las cosas?
¿Qué tal si llevásemos presintonizadas las palabras: gracias, perdón, cuenta conmigo, te lo regalo, te quiero, tu hijo vive... para que saliesen más fácilmente de nuestros labios?
No sé. A mí esta Cuaresma me suena a intentar e inventar cosas nuevas.
Os aseguro que alguno de estos «ingenios» me lo pienso instalar, y estoy dispuesto a diseñar todos los que hagan falta, y ofrecerlos gratis a quien quiera compartirlos conmigo. Porque me gusta colaborar con el proyecto de Dios: un cielo nuevo y una tierra nueva, y una personas nuevas, y una sociedad nueva....
Porque estoy dispuesto a tomarme en serio la invitación de San Pablo: Ser «Hombres Nuevos». Y veo que me hace falta un buen cambio. «Conversión» , que decimos los cristianos.
¿Qué voy a intentar, qué va a ser en mi «lo nuevo» (con la ayuda de Dios, claro)?
(Enrique Martínez, CMF sobre algunas ideas de Martín Descalzo)
HACERLO TODO NUEVO
Qué curioso es el ser humano: se pasa la vida tratando de cambiar y mejorar todas las cosas que usa... pero es terriblemente inmovilista consigo mismo: Cambiarse, mejorarse, corregirse, aprovechar mejor los propios recursos... es algo que no procuramos tanto.
No siempre en nuestra historia hemos sido partidarios de los cambios. Fijaos en esta definición de «novedad» recogida en un Diccionario: «Cosa nueva y no acostumbrada. Suele ser peligrosa por suponer cambio de lo antiguo».
Un autor clásico recomendaba en 1531: «No os esforcéis en introducir cosas nuevas,
porque las novedades siempre acarrean enfados y escándalo en las gentes».
¿Y acaso no se suele decir «no hay novedad» como sinónimo de que todo está bien?
¿Y no dice también un refrán que «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer»?
Pero en estos tiempos nuestros resulta que si algo es nuevo, ya por eso merece la pena. Las cosas no valen por ser buenas, sino por estar «recién» fabricadas.
Un político no debe resolver los problemas, debe «cambiar» lo que sea.
Una película hay que verla, o un disco hay que comprarlo porque «es lo último».
Y si hablamos de «cacharros», la cosa llega a ser ridícula.
Si te has comprado un ordenador, o un móvil o una tablet el año pasado, puedes estar seguro de que ya tienes una verdadera pieza de museo. Porque ya ha salido uno nuevo (o está a punto de salir) que te da acceso libre a la nube, que tiene pantalla curva y reflejos azulados que son buenísimos para la vista, que detecta y elimina los virus solito, sin preguntarte, y con un disco duro de 1000 Gigas, para que te quepa la próxima nueva versión de Windows. El «nuevo modelo» tiene un teclado con "reposamanos bicónico", pantalla telescópica, doble servicio cruzado para Internet, memoria de intracolágeno ecológico, ratón de polietileno reversible, y sistema de apagado automático cuando le dices «corta y desenchufa».
Hay veces que inventamos más de prisa las cosas que las palabras. Y entonces, al dentífrico que ayer tenía flúor, ahora tiene «biflúor», mañana tendrá triflúor, y pasado «euroflúor refrescante con sabor de melones salvajes»... aunque sea la mismísima pasta de dientes y te los deje exactamente igual que siempre.
El caso es cambiar. Si no plantan encima de cualquier producto la etiqueta de «nuevo», parece que no se vende. Aún tendremos que ver anuncios que nos ofrezcan bebés con supervesícula de doble capacidad, articulaciones irrompibles, riñones con ultrafiltro de orina reciclable, y cerebros de cociente máximo garantizado.
Cambiar, mejorar, inventar, renovar... Cambiará uno de peinado, de modelo de ropa interior, de corazón, se estirará la piel, se recortará las orejas, se pondrá un ombligo esférico con un chip que le tome la tensión y el nivel de colesterol, pero...
Pero el ser humano sigue estando aburrido, sigue teniendo el corazón sediento de felicidad, sigue sufriendo en sus relaciones amorosas, sigue echando de menos una familia estable y compenetrada, sigue siendo egoísta e insolidario, se deja llevar por lo más fácil, tiene cada vez más caprichos, necesita cada vez más cosas, está cada vez más estresado, se siente frustrado por no triunfar de manera automática sin sacrificios, sudor y esfuerzo, aparenta delante de los demás lo que no es... Sigue viviendo en un mundo lleno de injusticias, prejuicios, desigualdades, derroche de recursos naturales, individualismo... Esto no tiene nada de nuevo.
Y si el jersey o la falda son del año pasado ya no valen, y hay que conseguir otro «nuevo» cuanto antes. Pero parece que no le hacemos ascos a llevar el interior lleno de óxido, chatarra y malos olores, a seguir con nuestras mismas manías, defectos, obsesiones, ideas fijas, costumbres dañinas, vulgaridad, mediocridad, cansancio y rutina...
Estamos dispuestos a cambiar lo que sea... menos a nosotros mismos.
La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. (Papa Francisco)
Si dedicásemos la décima parte de los esfuerzos que emplean los diseñadores de chismes varios a mejorar nuestro corazón, nuestro «yo», habríamos convertido el mundo en un lugar maravilloso.
¿Por qué no renovamos nuestro «cajón de sueños», proyectos y utopías, y dejamos que Dios meta unos pocos de los suyos...?
¿Por qué no cambiamos la vieja tela de la desesperanzas por un tejido nuevo antiarrugas e «inencogible»y a prueba de fracasos? Como el funcionario real del Evangelio, volver a casa con esperanza de que las cosas estarán distintas, después de haber escuchado la Palabra.
¿Qué tal si ponemos un «receptor antirruidos» en nuestros oídos para poder escuchar el corazón de los hombres que sufren?
¿Qué tal si estrenamos alguna Viagra que ‘levante’ nuestra desgana a la hora de comprometernos en ayudar a cualquiera que nos pueda estar necesitando?
¿Qué tal si nos instalamos algún zumbador electrónico que nos avise cuando estamos gastando nuestro dinero en cosas innecesarias, o estamos desperdiciando papel, luz, agua, teléfono, tiempo, energías...?
¿Por qué no buscarnos un «móvil» que nos permita estar continuamente en contacto con nuestro propio interior, para escuchar lo que nos dice, y que tenga cobertura permanente y gratuita con el Dios de la Vida y del Amor que hace nuevas todas las cosas?
¿Qué tal si llevásemos presintonizadas las palabras: gracias, perdón, cuenta conmigo, te lo regalo, te quiero, tu hijo vive... para que saliesen más fácilmente de nuestros labios?
No sé. A mí esta Cuaresma me suena a intentar e inventar cosas nuevas.
Os aseguro que alguno de estos «ingenios» me lo pienso instalar, y estoy dispuesto a diseñar todos los que hagan falta, y ofrecerlos gratis a quien quiera compartirlos conmigo. Porque me gusta colaborar con el proyecto de Dios: un cielo nuevo y una tierra nueva, y una personas nuevas, y una sociedad nueva....
Porque estoy dispuesto a tomarme en serio la invitación de San Pablo: Ser «Hombres Nuevos». Y veo que me hace falta un buen cambio. «Conversión» , que decimos los cristianos.
¿Qué voy a intentar, qué va a ser en mi «lo nuevo» (con la ayuda de Dios, claro)?
(Enrique Martínez, CMF sobre algunas ideas de Martín Descalzo)
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