“El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo.”
Jn 2,21
El Señor dice: “He elegido a Sión, he deseado vivir en ella. Está será mi morada para siempre, en ella quiero residir” (cf Sal 131). Pero Sión y su templo fueron destruidos. ¿Dónde estará el trono eterno de Dios, dónde su reposo para siempre? ¿Dónde será su templo para habitar? El apóstol Pablo nos responde: “ El templo de Dios sois vosotros; en vosotros habita el Espíritu de Dios” (1Cor 3,16). Esta es la casa y el templo de Dios, llenos de su doctrina y de su poder. Son el lugar donde reside su santidad.
Dios mismo es el que edifica esta morada. Si fuera construida por mano humana no duraría para siempre; tampoco si fuera edificada sobre doctrinas humanas. Nuestras inquietudes y nuestros esfuerzos vanos no serían capaces de protegerla. El Señor, en cambio, lo realiza. No la ha fundado sobre arena movediza sino sobre los profetas y los apóstoles (cf Ef 2,20). Es construida sin cesar con piedras vivas (1Pe 2,5). Se desarrolla hasta las últimas dimensiones del cuerpo de Cristo. Sin cesar se realiza su edificación; en su entorno se construyen numerosas casas que se juntan para formar una ciudad grande y pacífica(Sal 121,3).
San Hilario (c. 315-367), obispo de Poitiers y doctor de la Iglesia
Tratado sobre el salmo 64; PL 9, 416ss
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