Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!". Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?". Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".
RESONAR DE LA PALABRA
Fernando Torres Pérez, cmf
fuente Ciudad Redonda - Noviembre 2015
Hace muchos años, cuando estaba en el seminario, mi formador hablaba un día conmigo y me explicaba cómo había que aceptar siempre la corrección que nos pudiesen hacer los demás. Y que, además, hacer esa corrección era algo normal. Me ponía la comparación de una tela. Al observar el lienzo de tela, lo normal es que esté bien hecha. Por eso, los ojos, casi sin querer, se van al defecto que se ve en un determinado lugar. Y se señala. El resto está bien. “Pero es que lo normal es que esté bien”, me decía.
A veces tengo la impresión de que hacemos lo mismo con la vida, con nuestra vida. No miramos más que lo malo, el defecto, lo que nos falta, la tara. Y se nos pasa mirar todo lo que está bien, que es la mayor parte. Por eso, se nos va la vida en quejarnos y quejarnos. Porque algo de eso, de queja continua, tiene la oración de petición. Sobre todo, cuando no está equilibrada con la acción de gracias.
Es que hay mucho más por lo que dar gracias que por lo que quejarnos. ¿No es un milagro que estemos vivos? ¿No es eso ya un don enorme de Dios que nos permite apreciar la vida, que nos invita y llama a ser libres, a experimentar el amor, la relación? ¿No es cada minuto de nuestra vida una posibilidad para ser felices y para hacer felices a los demás, para vivir la fraternidad y sentirnos parte de ese inmenso torrente de vida y amor que es nuestro Dios?
En el Evangelio de hoy se ve a diez leprosos que imploran la misericordia de Jesús. Quieren quedar limpios. Jesús los cura. Pero es no es lo sorprendente. Lo que llama la atención es, en primer lugar, que sólo uno de ellos vuelve a dar las gracias. De los otros nueve no sabemos ya nada más. Uno es el agradecido. Uno es el que se da cuenta de que ha recibido un don gratuito, de que la misericordia de Dios se ha posado sobre él.
Pero hay otra cosa que llama la atención. Es que Jesús dice de éste que viene a darle gracias que se puede ir en paz porque “tu fe te ha salvado”. Los otros están curados. Éste se ha salvado. Es algo diferente. Es que el leproso curado y agradecido ha entrado en una dinámica diferente. Desde el agradecimiento ha comprendido que la vida es gratuidad, don regalado. Es fácil que los otros al cabo de un tiempo se volvieran a quejar (un catarro, un accidente, cualquier cosa puede ser motivo para quejarse). Éste ha experimentado la gratuidad. Ahora vive agradecido. Y seguro que su agradecimiento fue expansivo y comenzó a relacionarse con sus familiares, con sus amigos, con sus vecinos, de otra manera. No sólo estaba curado, su fe le había salvado.
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