Fuente: Portal Devocionario Católico La Palabra con nosotros.
Alberto tenía una excelente reputación y había ganado premios por su trabajo en la compañía; muchos de sus subalternos estaban muy contentos de tenerlo como jefe. La carrera de Pepe, por su parte, aunque no tan destacada, también era muy prestigiosa. Aspiraba a un ascenso y pensaba que estaba consiguiendo el reconocimiento que merecía. Su amistad con Alberto era naturalmente un punto a su favor en este aspecto.
Pero sucedió que, pese al respeto de que gozaba Alberto, hubo algunos en la empresa que comenzaron a difundir rumores de que estaba cometiendo malversación de fondos en la compañía. Ante tan descabelladas y falsas acusaciones, se inició una investigación en el departamento de contabilidad, pero conforme la calumnia iba creciendo, algunos empezaron a distanciarse de Alberto por si los rumores resultaban ser ciertos. Nunca pudieron probarle nada incorrecto, pero las falsas acusaciones, junto con la traición de algunos compañeros, comenzaron a resultarle imposibles de aceptar. Como pensaba que ya no podía confiar en nadie, Alberto se fue encerrando en una especie de “coraza” de desaliento, depresión y lástima de sí mismo. Finalmente, renunció al trabajo y se fue a otra compañía.
Los problemas de Alberto también resultaron ser un dilema para Pepe. Sabía que Alberto era inocente, pero también sabía que si se ponía de su lado su propio ascenso corría peligro. Después de mucho rezar y meditar en lo que hacen los buenos amigos, finalmente decidió solidarizar con Alberto y defenderlo cuando otros lo criticaban. Estaba consciente de que podía arriesgar su propia carrera en la compañía, pero también sabía que su amistad con Alberto era más importante para él.
Finalmente, aunque no logró conseguir el ascenso que deseaba, Pepe pudo comprobar que su lealtad había sido valiosa para su querido amigo. Con el tiempo, y en gran parte debido a la solidaridad y el apoyo de Pepe, Alberto logró recuperarse emocionalmente y ponerse de pie una vez más. Jamás olvidó la lealtad ni la bondad de Pepe, y los dos siguen siendo muy buenos amigos hasta el día de hoy.
Un Amigo divino y un enemigo común. En los trastornos y angustias que sufrió Alberto en su trabajo y en su vida personal, se ve cómo la envidia y la murmuración pueden dañar gravemente a una persona y destruir las amistades. Presenciando los conflictos étnicos y raciales que se suscitan en el mundo, los conflictos entre las sociedades comerciales o al interior de ellas, e incluso la división y hostilidad dentro de las familias, todos sabemos perfectamente que las amistades y las relaciones personales son a veces frágiles y vulnerables.
Muchos hemos pasado por situaciones de conflicto, a veces graves, con algún amigo o pariente, como resultado de lo cual una relación estuvo probablemente a punto de destruirse, y sabemos lo dolorosas que pueden ser estas situaciones. Entonces, ¿cómo discernir si nuestras amistades pueden resistir los conflictos y las pruebas?
Los cristianos sabemos que la respuesta radica en nuestra relación con Jesucristo, el Amigo más fiel que podemos tener. El Señor se deleita en que seamos amigos suyos y le complace derramar su gracia y sus bendiciones sobre nuestros amigos. Además, lo que más quiere es enseñarnos a amarnos los unos a los otros y siempre está dispuesto a concedernos su gracia para ayudarnos a superar cualquier obstáculo en este sentido. Lo más importante es que Cristo está siempre con nosotros. Lo estuvo cuando estábamos perdidos en el pecado y nos promete estar con nosotros “hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).
Cuando pensamos en lo que es la amistad, conviene reconocer la dimensión espiritual que es parte integrante de toda relación personal. ¿Qué otra señal más clara del amor de Dios podemos ver que el testimonio de personas que se protegen mutuamente y comparten su vida, tanto en épocas de adversidad como en tiempos de bonanza? Recuerde lo que Jesús les prometió a los Doce: “Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” (Juan 13, 35).
En efecto, el Espíritu Santo está actuando en nosotros ayudándonos a amar, perdonar y apoyarnos mutuamente. Pero, al mismo tiempo, el demonio también trabaja incansablemente sembrando semillas de celos, falsedades, resentimiento y desconfianza, porque sabe que si puede destruir las amistades, logrará debilitar el Cuerpo de Cristo. También sabe que si saca a la vista las divisiones y la animosidad entre los fieles, puede convencer a otras personas de que el cristianismo no da buenos frutos: “Mira lo envidiosos que son esos cristianos” o “Mira las peleas, las murmuraciones y los celos que se tienen. ¿Cómo va a estar Dios con ellos?” Lo trágico es que, por lo general, no reconocemos esta dimensión espiritual, y eso nos hace vulnerables a las artimañas y engaños con que Satanás quiere dividirnos y debilitarnos.
¿Amigos sólo cuando conviene? En la Escritura leemos muchas enseñanzas y consejos que pueden aplicarse a las amistades, pero una de las más asombrosas la encontramos en el Libro de Job. Ahí leemos que Job era un fiel seguidor de Dios, que tomaba en serio el mandamiento de amar a Dios y al prójimo. Cuando Satanás se enteró de la fidelidad de Job, trató de convencer a Dios de que aquél era fiel nada más porque le iba bien en todo: “Tú no dejas que nadie lo toque, ni a él ni a su familia… Pero quítale lo que tiene y verás cómo te maldice en tu propia cara” (Job 1, 10.11). Así fue que Dios permitió que el diablo pusiera a prueba a Job, y éste perdió sus posesiones, su salud, su reputación, su casa y hasta sus hijos. Pero aun así “Job no pecó ni dijo nada malo contra Dios” (1, 22).
Cuando los amigos íntimos de Job supieron de su infortunio, vinieron a consolarle, pero al comprobar que la situación de Job era realmente desgraciada, no pudieron hacer nada más que sentarse y acompañarlo en silencio. Incluso se pasaron una semana entera tratando de entender qué era lo que había puesto a Job en una situación tan desesperada.
Finalmente, Job rompió el silencio y comenzó a lamentarse: ¿Por qué me suceden estas cosas? ¿Por qué me pasan a mí? La única respuesta que sus amigos pudieron sugerirle, cada vez con mayor insistencia, era que seguramente Dios lo estaba castigando por algún pecado secreto. Mientras su conversación con Job se prolongaba, aquello que había comenzado como expresiones de comprensión y compasión, empezó a sonar más como sutiles susurros del diablo.
Los amigos de Job pensaban que Dios era un juez severo que premia y castiga a la gente según lo que haya hecho, y no podían darse cuenta de que se estaba librando una batalla espiritual ante sus propios ojos, ni que Dios estaba actuando en la vida de Job para llevarlo a una confianza y entrega más profundas. Por el contrario, optaron por expresar juicios negativos y críticas, con lo que se debilitaba su amistad con él. Al final, no era sólo Satanás que estaba acusando a Job; ¡también logró convencer a los amigos para que se pusieran en contra de él y lo juzgaran!
La historia termina con que Dios justifica y defiende a Job y le dice que rece por sus amigos. Tal vez de esta forma le estaba ayudando a Job a perdonarlos por las críticas y sus juicios precipitados. Quizás lo hizo para que los amigos de Job vieran más claramente la dimensión espiritual de su amistad. Sea como haya sido, la buena disposición de Job para interceder por ellos muestra una lealtad, que quizás sus amigos no merecían, una lealtad que es un claro testimonio de la calidad humana que este hombre tenía.
Amistad en tiempos de prueba. Tanto la historia de Job como el caso de Alberto y Pepe nos ayudan a meditar y analizar la condición de nuestras amistades; nos ayudan a darnos cuenta de cómo nos ha estado bendiciendo el Espíritu Santo, y también a reconocer que en muchas situaciones el diablo ha estado sembrando semillas de desconfianza, división o resentimiento entre nosotros.
Todos sabemos lo difícil que resulta mantener las buenas amistades, especialmente cuando uno o el otro experimenta pruebas y dificultades. También sabemos lo muy provechoso que es conservar “en las buenas y en las malas” las amistades que hemos tenido por mucho tiempo. ¡Qué alentador es saber que Dios es parte de nuestras amistades, y qué bendición es saber que el Señor quiere fortalecer la fraternidad y el afecto mutuo en nuestras relaciones personales! Cuando las amistades son auténticas y han resistido las pruebas, pueden llegar a ser un reflejo del amor que Dios le tiene a su pueblo.
Fuente: Portal Devocionario Católico La Palabra con nosotros
publicado NOVIEMBRE 2015
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