La Teología, en cuanto intento de profundizar en la comprensión de la Palabra de Dios revelada, necesariamente ha de apoyarse en la S. E., la cual, junto con la Tradición, constituye fuente de todo el saber teológico. El Magisterio de la Iglesia expresa esta verdad con frase gráfica: la Biblia debe ser “el alma de la Teología“ (León XIII, Enc. Providentissimus Deus); expresión que recoge de nuevo el Conc. Vaticano II:
«La teología se apoya, como en un cimiento perdurable, en la Sagrada Escritura unida a la Tradición; así se mantiene firme y recobra su juventud, penetrando a la luz de la fe la verdad escondida en el misterio de Cristo. La Sagrada Escritura contiene la Palabra de Dios, y en cuanto inspirada es realmente Palabra de Dios; por eso la Escritura debe ser el alma de la teología» (Dei Verbum, 24).
Sobre este tema conviene hacer dos observaciones:
a) Ciertamente la lectura de la Biblia por parte del teólogo debe hacerse con actitud propia de la ciencia teológica, es decir, con la actitud propia de quien aspira, formalmente, a alcanzar una mayor comprensión de orden intelectual de lo que se dice en el texto sagrado. Se trata, pues, de una actitud marcada por lo intelectivo y no, inmediatamente, por lo afectivo y que acude a todos los medios adecuados también los medios humanos para una correcta interpretación del texto. Pero el teólogo no puede olvidar nunca que debe situar la lectura de la Biblia no sólo la que haga él en su oración, sino también la teológica en un contexto religioso que es el contexto en el que la Biblia ha surgido y en el que se conserva. En el crecimiento de la inteligencia de la Palabra de Dios escrita, el hombre debe disponerse por la oración a recibir las luces que le vienen gratuitamente del Espíritu Santo. Quien lee, estudia o medita la Biblia debe fomentar en la oración asidua, en el trato con Dios, la disposición del espíritu que facilita la recta comprensión de la palabra santa. Si al teólogo le faltase la vida de piedad al investigar en la Biblia se condenaría al fracaso.
b) La segunda observación es que la lectura científica de la Biblia debe hacerse dentro de la Iglesia. La Biblia ha nacido en el interior de una tradición la de la Revelación divina y debe ser leída en ese contexto. Para ello se necesita vivir in sinu Ecclesiae. De manera análoga a como quien fuera de la fe se expone a interpretar la verdad trascendente que la Biblia contiene reduciéndola a su indigente medida, quien declare tener fe pretenda leer la Biblia abstrayendo de la Tradición se priva de una luz divina que Dios ha querido establecer y se condena a la falibilidad. La historia enseña que todos los intentos que se han hecho para interpretar la Biblia fuera de su medio ambiente vital, que es la Iglesia, han caído inexorablemente en la parcialidad y en el error. De modo que todo cristiano, tanto el fiel corriente como el teólogo o exegeta, ha de partir de la obediencia a la fe (Rom 16,26), unión con la única Iglesia de Jesucristo, para penetrar en la Palabra de Dios escrita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario