EL CORAZÓN SITIADO
¿Por qué Dios no impide que la gente haga el mal? ¿Por qué no evita que tantas personas inocentes, incluso, mueran por confesar su fe?
Cuando vemos en los medios de comunicación que hay personas que sufren persecuciones a causa de su fe, hasta llegar a la muerte, podríamos preguntarnos, ¿qué significa ser amigos de Dios? ¿Hasta dónde estamos dispuestos a confesar la fe? ¿Tenemos que estar dispuestos a morir «por el nombre de Jesús»?
Dios no fuerza nuestro amor para que lo amemos. No nos obliga a «cargar nuestra cruz» y seguir el camino trazado por su Hijo. Tenemos libertad de amarlo o no, de seguirlo o no, de subir con Él al Gólgota, si deseamos o no. En esto consiste la relación de amistad y amor que nos propone Dios en su Hijo Jesucristo: en amar libremente. El amor es el que dice «hasta dónde».
Su amor, que habita en nosotros, es lo que nos hace amarlo «hasta el extremo», y el que nos da el valor y la fuerza para rechazar de nuestra vida todo lo que se opone al compromiso que ese amor exige.
Los cristianos que son perseguidos por confesar su amor a Dios, y de llegar incluso hasta el límite de ofrendar su vida, son sencillamente hombres y mujeres enamorados. Ahora bien, la «persecución» por ser cristianos no sólo existe fuera de la Iglesia, sino también dentro de ella.
Todos nosotros, si somos sinceros, hemos perseguido alguna vez a través de burlas, críticas y con risas burlonas a quiénes confiesan su fe y amor a Jesucristo. Sabemos que hemos hecho o dicho cosas que han herido a otros por manifestar su amor al Señor. Dios sueña con un mundo en el que no nos hagamos daño, y menos aún por manifestar públicamente nuestra fe. ¿Te burlas de la fe de tu hermano?
Javier Rojas, SJ
Director Regional
de la Red Mundial de Oración del Papa
Argentina-Uruguay-Paraguay
publicado por Click To Pray
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