sábado, 18 de marzo de 2017

Meditación: Lucas 15, 1-3. 11-32


“Comenzaron la fiesta.” (Lucas 15, 24)

Probablemente todos hemos hecho algo parecido cuando estamos lejos de Dios: deambular por cualquier lado y tratar de matar el tiempo con pasatiempos inútiles, absurdos o a veces incluso dañinos, pero sin llegar nunca a sentirnos satisfechos, porque siempre tenemos un vacío interior. Algunos incluso pueden haber derrochado su herencia de un modo tan lamentable como el hijo de la parábola de hoy. Pero lo que nos falta es hacernos un examen sincero, recapacitar e ir corriendo a nuestro Padre, que nos espera con los brazos abiertos en el Sacramento de la Reconciliación.

Nunca dudes de ir a confesarte por vergüenza o miedo a una reprimenda. El padre de la parábola no vio que el regreso de su hijo fuera una oportunidad para “enseñarle”, para echarle en cara su mala conducta. De hecho, ni siquiera menciona la vida irresponsable de su hijo. Por el contrario, ordena a los servidores que le preparen una magnífica bienvenida: “Tráiganle un manto… un anillo… sandalias.” El recibimiento fue mucho más digno de su atención que la partida y la vida disoluta de su hijo. Lleno de gozo, el padre exclama: “¡Celebremos!”

¿Acaso Dios Padre hace menos por nosotros? Cuando decidas volver a Dios desde donde estés, él está allí con los brazos abiertos para darte la bienvenida, listo para celebrar tu regreso, y se prepara anticipadamente para demostrarte su compasión y misericordia. No hay reproches ni sermones; solamente alegría y perdón, y el Padre recibe tu arrepentimiento con la vestimenta que te hace justo, aquella que Jesús obtuvo con su muerte en la cruz; te restituye la capacidad de permanecer de pie con dignidad y honor porque eres su hijo, y te ofrece un nuevo calzado para que camines en su paz cada día.

Por lo tanto, recibe lo que el Padre te ofrece en esta Cuaresma, y ¡deja que comience la fiesta! El amor que Dios te tiene es incomparable y nada puede satisfacer el anhelo de tu corazón tanto como él mismo. Deja que te abrace cálidamente hoy día, se regocije contigo y te vista con su propia túnica. Respira hondo y descansa en la paz que él te da y disfruta de su deleite.
“Amado Padre celestial, gracias infinitas por tu gran misericordia y por revestirme hoy con la dignidad de ser tu hijo y más aún por perdonar mis extravíos y errores.”
Miqueas 7, 14-15. 18-20
Salmo 103(102), 1-4. 9-12

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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