martes, 21 de marzo de 2017

Meditación: Mateo 18, 21-35


Un método de enseñanza muy eficaz que Jesús utilizó fueron las parábolas.

Como experto narrador, tenía una habilidad especial para captar el interés de sus oyentes y hacerlos participar en la acción del relato, y usaba las parábolas para enseñar sobre el amor de Dios y los valores de su Reino.

A veces, para hacer más eficaz una lección, utilizaba la exageración o el contraste entre valores opuestos, como la sabiduría y la necedad, la generosidad y la avaricia.

El Evangelio de hoy sobre el empleado reacio a perdonar es un excelente ejemplo de exageración didáctica. Este hombre, a quien se le perdonó una deuda enorme, que hoy equivaldría a muchos millones de dólares, se negó a perdonar a su compañero que le debía apenas una pequeña fracción de su propia deuda. El empleado había reconocido que tenía gran necesidad de la misericordia de su patrón, pero él a su vez se negó a ser compasivo con el otro. Y la consecuencia para él fue desastrosa.

El drástico final de esta parábola es un desafío directo para nosotros: debemos perdonar a todos los que nos hayan causado mal o daño y perdonarlos tal como Dios nos ha perdonado a nosotros. Esto ya lo había advertido el Señor en el Sermón de la Montaña (Mateo 6, 14-15). De modo que si no estamos haciendo todo lo posible para ser compasivos y perdonar a todos aquellos que nos hayan perjudicado, ofendido o causado mal, nos resultará muy difícil rezar el Padre Nuestro e incluso experimentar el amor y la misericordia de Dios en la vida cotidiana.

En este tiempo de Cuaresma en particular se nos ofrece una ocasión ideal para reconocer nuestra necesidad de clemencia y compasión, y para que la misericordia de Dios nos ablande el corazón y así podamos cambiar de actitud con nuestras amistades y familiares.

El Señor no quiere que guardemos resentimientos contra nadie, ni que tratemos con dureza a quien “esté en deuda” con nosotros; no quiere ver que el rencor o el juicio severo ensombrezca nuestro corazón, sino más bien que su paz infunda vida y calor a nuestras acciones y que nuestra vida sea un faro de luz para los demás. ¿No quieres serlo tú también?
“Gracias, Señor mío Jesucristo, por todas las veces que me has perdonado. Líbrame de la dureza del corazón para que yo también aprenda a ser compasivo y misericordioso.”
Daniel 3, 25. 34-43
Salmo 25(24), 4-9

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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