martes, 14 de marzo de 2017

Meditación: Mateo 23, 1-12


Cuando leemos lo que Jesús les dijo a los escribas y fariseos, en cierta forma nos alegramos, porque pensamos que realmente merecían la reprensión.

El problema surge cuando nos damos cuenta de que, a veces, nosotros también caemos en actitudes semejantes de exigir a los demás aquello que nosotros mismos no cumplimos, y esto se ve más claramente aún en las personas que ejercen autoridad sobre otros.

Lo que Jesús censuraba eran las actitudes y reacciones de los escribas y fariseos, no el hecho de que ocupaban cargos de autoridad. Nosotros nos fijamos en las apariencias externas, pero el Señor mira el interior de las personas. Incluso reconoció que esos jefes religiosos enseñaban la verdad y recomendó a la gente que les obedecieran, pero que no imitaran sus acciones. Esto no era sorprendente, pues los escribas y los fariseos figuraban entre las autoridades más respetadas de la sociedad judía como conocedores y cumplidores de la Ley de Moisés.

En realidad, lo que Cristo criticaba era la hipocresía y la arrogancia de los jefes religiosos, no su posición social ni su autoridad. No los criticaba por apoyarse en la tradición, sino por manipularla en beneficio propio, para acrecentar su propio prestigio. Tampoco culpaba a los fariseos de guardar celosamente las cosas de Dios, sino de ser demasiado puntillosos en las observancias legalistas y escudarse en eso para no honrar sinceramente a Dios ni acatar su mandamiento de amar al prójimo. Tanto los escribas como los fariseos ocupaban cargos en los que podían servir a sus compatriotas judíos, dedicándose a promover la oración, el amor al prójimo y la aceptación de la misericordia del Señor; pero todo eso quedaba ensombrecido por la arrogancia, la hipocresía y el afán de recibir honores que demostraban.

Los cristianos de hoy, al igual que los apóstoles, deberíamos también prestar atención al llamamiento de Jesús a practicar la humildad y el servicio. La línea que separa la santidad y el egoísmo es a veces casi imperceptible. Es bueno saber que cuanto más nos acercamos a Jesús, mejor escuchamos su voz que nos alienta, nos enseña e incluso nos corrige cuando es necesario.
“Señor, ayúdame a mantener el corazón abierto para comprender cómo actúas tú en el mundo de hoy. Que no me obstine demasiado en cumplir las tradiciones hasta el punto de olvidarme de tu presencia viva en la Iglesia y en mi corazón.”
Isaías 1, 10. 16-20
Salmo 50(49), 8-9. 16-17. 21. 23

fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros

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