lunes, 8 de octubre de 2018

Meditación: Lucas 10, 25-37

¿Y quién es mi prójimo?... Anda y haz tú lo mismo.
Lucas 10, 29. 37

Al maestro de la ley que le preguntó, Jesús le dijo que los mandamientos más grandes eran “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente; y ama al prójimo como a ti mismo.” Enseñando esto, Cristo describía no solo lo que Dios exige a hombres y mujeres, sino también cómo vivía él mismo el gran mandamiento de Dios.

Jesús conocía el pensamiento divino y obedecía en su propia vida todo lo que había escuchado del Padre. Como nuevo Adán, podía escuchar la voz de Dios sin distorsión alguna, no contaminada por las ideas preconcebidas ni prejuicios propios del pecado. Por lo tanto, en su enseñanza y en su vida, Jesús dio a conocer plenamente el corazón y la mente de Dios; es decir, el amor de Dios. A nosotros se nos invita a aceptar sin reservas la voluntad de Dios, para que nuestro razonamiento sea transformado y aprendamos a vivir según el amor, y esto es algo que solo podemos hacerlo cuando nos acercamos a Jesús y nos damos cuenta de quién es él.

Mediante el Bautismo en Cristo y la fe en él, los cristianos quedamos unidos a Jesús, nuestra Cabeza. Así llegamos a ser miembros de su Cuerpo y entramos en la maravillosa plenitud de su gracia. Cuando oramos regularmente, leemos la Escritura y recibimos los sacramentos de la Sagrada Eucaristía y la Reconciliación, tenemos constante acceso a su trono de gloria. Cristo, el Creador de todo, está continuamente creándonos de nuevo mediante la gracia y los sacramentos.

San Juan Pablo II escribió: “El Antiguo y el Nuevo Testamento afirman expresamente que sin amor al prójimo, que se materializa en la observancia de los mandamientos, no es posible amar genuinamente a Dios” (encíclica Veritatis Splendor 14). De modo que, si queremos expresarle amor auténtico a Dios, debemos dejar que Cristo nos cree de nuevo cada día. Así, a medida que la mente y el corazón del Padre se vayan formando en nosotros, sabremos amar al prójimo con el amor de Dios, y abriendo el corazón a sus necesidades y dolencias llegaremos a ser expresiones del amor de Dios en el mundo.
“Señor mío, Jesucristo, concédeme la gracia de ver a quienes tengo cerca de mí y no pasarlos por alto; para dar la mano a todos, especialmente a los necesitados de tu amor y tu misericordia.”
Gálatas 1, 6-12
Salmo 111(110), 1-2. 7-10


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