«El Verbo era la luz verdadera que
viniendo a este mundo ilumina a todo hombre»
Jn 1
Sí, tú nos has amado primero para que nosotros te amemos. No tienes necesidad de nuestro amor, pero sólo podíamos llegar al fin por el cual nos habías creado, si no era amándote. Por eso, «en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los Profetas. Ahora, en esta etapa final, nos has hablado por el Hijo», tu Verbo (Hb 1,1). Es por él que «se hizo el cielo, y por el aliento de su boca, sus ejércitos» (Sl 32,6). Para ti, hablar a través de tu Hijo no es otra cosa que poner a pleno sol, hacer ver con toda claridad cuánto y cómo nos has amado, puesto que no has ahorrado a tu propio Hijo, sino que lo has entregado por todos (Rm 8,32). Y también él nos ha amado y se entregó a sí mismo por nosotros (Ga 2,20).
Así es tu Palabra, el Verbo todopoderoso que nos diriges, Señor. Cuando todo estaba en profundo silencio, es decir, en lo más profundo del error, descendió de la mansión real (Sab 18,14), para abatir duramente el error y poner suavemente en valor, el amor. Y todo lo que ha hecho, todo lo que ha dicho en la tierra, incluso los oprobios, incluso los salivazos y las bofetadas, incluso la cruz y el sepulcro, no ha sido otra cosa que tu palabra dirigida a nosotros por tu Hijo, palabra provocadora de amor, palabra que despertaba en nosotros el amor a ti.
En efecto, tú sabías, Creador de las almas, que las almas de los hijos de los hombres no pueden ser forzadas a amar, sino que es preciso provocarlas. Porque donde hay coerción, ya no hay libertad; donde no hay libertad, no hay justicia… Has querido que te amáramos porque, en justicia, no podíamos ser salvados si no es amándote. Y no podíamos amarte si este amor no venía de ti. Así es, Señor, tal como el apóstol de tu amor lo dice: «Tú nos has amado el primero (1Jn 4,10), y tú eres el primero en amar a todos los que te aman. Y nosotros te amamos por la afección de amor que has puesto en nosotros.
Guillermo de Saint-Thierry, monje
Obras:
La contemplación de Dios, 10 .
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