Lucas 1, 47
“Mantén tu rostro al sol y así no verás las sombras”, dijo una vez Helen Keller, aquella extraordinaria mujer estadounidense, que a los 19 meses de edad quedó ciega y sordomuda por una enfermedad, pero que llegó a ser escritora, activista política y conferenciante. Aunque en realidad ella no podía ver el sol, sabía que estaba allí y que podía iluminar cualquier sombra que hubiera en su vida.
En el Evangelio de hoy, María fijaba su mirada en la fuente de toda luz: Dios Padre. Bien pudo ella haberse preocupado por lo que dirían sus vecinos por estar encinta sin casarse, o cómo iba a poder criar al Hijo de Dios, pero prefirió dirigir sus pensamientos hacia el Señor, y por eso tuvo el corazón lleno de júbilo y alabanza.
¡Qué hermoso modelo para nosotros! Qué también podemos optar por fijar la mirada en Cristo Jesús y en las verdades de su Palabra. Al reflexionar sobre lo que Dios ha hecho, surgirá en nosotros el deseo de alabarlo y regocijarnos en su bondad y su misericordia. Así podremos orar con María: “Ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre” (Lucas 1, 49).
Esto no significa que debamos ignorar ni ocultar las dificultades de la vida. Debemos reconocerlas y enfrentarlas lo mejor que podamos, pero sin dejar de recibir “la luz” del amor y la compasión de Dios. Si nos fijamos únicamente en los problemas y los obstáculos que encontramos, corremos el riesgo de ser víctimas de la aflicción y el desaliento, lo cual puede hacernos olvidar que Jesús está siempre con nosotros, deseoso de hacer brillar la luz de su rostro en cada situación oscura en que nos encontremos.
Solo faltan tres días para la Navidad. En apenas tres días Jesús vendrá nuevamente a nosotros. Si tú has tenido un Adviento satisfactorio, sigue adelante, alaba a Dios y dale gracias por sus bendiciones. Si tu Adviento no ha sido lo que te habías imaginado, sigue adelante, alaba a Dios y dale gracias. Nunca es demasiado tarde para volver la cara hacia la luz de su amor; nunca es demasiado tarde para imitar a María y proclamar la grandeza del Señor. Recuerda sus promesas y su amor, y el gozo del Espíritu florecerá en ti.
“Mi alma alaba al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador.”
1 Samuel 1, 24-28
(Salmo) 1 Samuel 2, 1. 4-8
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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