Juan 1, 14
Es cierto que “a Dios nadie lo ha visto jamás” (Juan 1, 18), pero hoy que celebramos el nacimiento de Jesús, nos enteramos de que “Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria.” En efecto, Cristo Jesús es “el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa” (Hebreos 1, 3). Así pues, al celebrar la Navidad, propongámonos dedicar tiempo a contemplar la gloria del Señor con amor y admiración.
¿Cómo podemos ver la gloria de Dios? Podemos hacerlo mirando la Majestad divina con “los ojos” de los apóstoles que convivieron con Jesús y fueron sus discípulos durante tres años. Ellos lo vieron sanar a los enfermos, multiplicar los alimentos y cambiar el agua en vino; lo vieron resucitar a personas que habían muerto; lo vieron transfigurado al punto de que su faz resplandecía como el sol y sus vestidos se volvían blancos como la luz (Mateo 17, 2). Además, el Domingo de Pascua lo vieron resucitado en gloria y presenciaron su Ascensión.
También podemos ver la gloria de Dios en las apariciones marianas, como las de Lourdes, Fátima y Guadalupe. En estas apariciones vemos la gloria de Dios manifestada en las flores, el sol que baila y miles y miles de curaciones y conversiones.
Pero quizás donde mejor vemos la gloria del Señor es en el Niño recostado en el pesebre. Cuando contemplamos el nacimiento por un rato no podemos evitar que aquello que vemos nos llegue al corazón. La indescriptible humildad de Dios, que se despojó de sí mismo y vino a nosotros para poder redimirnos, pone en evidencia la gloria de Dios más que todos los milagros y todas las apariciones juntas. ¿Por qué? Porque el pesebre no es una muestra de poder, sino de amor.
Todas las obras milagrosas de Dios no cuentan para nada si no revelan a un Dios tierno y cariñoso. Por eso, en este día de Navidad, mientras celebramos el nacimiento de Cristo, nuestro Salvador, tengamos fija la mirada en el pesebre y pidámosle al Espíritu Santo que nos muestre “la gloria de Dios que brilla en la faz de Jesucristo” (v. 2 Corintios 4, 6), la gloria de su amor y su misericordia.
“Señor mío Jesucristo, abre mis ojos para que yo vea tu gloria y tu majestad en el precioso Bebé que está recostado en el pesebre.”
Isaías 52, 7-10
Salmo 98(97), 1-6
Hebreos 1, 1-6
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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