lunes, 1 de julio de 2019

Mes de la Preciosísima Sangre de Cristo









I. Vencida y encadenada por el enemigo infernal la desdichada humanidad, gemía en las tinieblas de la muerte. Por sí misma no podía levantarse del estado en que se veía caída, ni vencer al horrible enemigo que por medio del pecado la había hecho su esclava; únicamente del Cielo esperaban los pobres mortales el poderoso vencedor del infierno y de la muerte de que Él solo podía librarlos, cuando, llegada en fin la plenitud delos tiempos, Jesús apareció en el mundo para triunfar de todas las potestades de las tinieblas y librar a la miserable humanidad del yugo tiránico que la oprimía: Exivit vincens, ut vinceret.

¿Y cómo lo consiguió? ¡Ah! ¿No lo sé yo? Jesús mío, esta victoria no la debéis sino a la efusión de vuestra Preciosísima Sangre, cuyas primicias derramasteis a los ocho días de vuestro nacimiento, para hacerlo más tarde hasta la última gota sobre el Altar de la Cruz; así habéis triunfado del infierno y de todo el poder de las tinieblas.

II. Considera además, alma mía, cómo Jesús con esta Sangre nos ha armado para el combate. Nuestra vida sobre la tierra es enteramente una vida de combates: militia est vita hominis super terram. Tenemos que combatir con un mundo engañoso que, con sus vanidades e ilusiones, busca el modo de seducirnos y hacernos caer en sus lazos; tenemos que vencer una carne rebelde que hace al espíritu una guerra incesante; tenemos que aterrar un dragón infernal que, semejante a un león furioso, está siempre tratando de devorarnos.

¿Cómo, pues, podremos vencer enemigos tan poderosos y fieros? ¿Cómo conseguir cada día victorias tan difíciles, a no estar defendidos por esta Sangre, que nos hará terribles al infierno todo desencadenado contra nosotros?

Comprendamos la necesidad de despertar en nuestros corazones una ferviente devoción a la prenda de nuestra Redención y causa de nuestras victorias, y poner en ella la más viva confianza del triunfo. In hoc signo vinces, se dijo al grande emperador Constantino, y en virtud del signo adorable de la Cruz debía disipar los innumerables ejércitos de sus enemigos. Pues bien, nosotros también sabremos vencer por la virtud de esta Cruz santísima rociada con la Sangre del Cordero Inmaculado; nosotros celebraremos los más gloriosos triunfos sobre todos nuestros enemigos, y acaecerá en nosotros lo que se dice en el Apocalipsis (XII, 11): «han vencido al dragón por la Sangre del Cordero.»

COLOQUIO

Oh Jesús Omnipotente, que habéis triunfado completamente del dragón malo, que le habéis encadenado por la efusión de vuestra Preciosísima Sangre, y nos habéis preparado además poderosas armas para los continuos combates de esta vida miserable; ¡ah! ¡y qué confianza despertáis hoy en nuestros corazones seguros del triunfo y libres del temor! Vos sois el brazo todopoderoso de vuestro Eterno Padre que nos da la victoria en virtud de los méritos de vuestra Sangre derramada por nosotros; de aquí hay que sacar la fuerza y el valor para vencer al dragón infernal, al cual se vence con vos: Et ipsi vincerunt eum (draconem) per sanguinem Agni. ¡Oh! ¡Qué bien se está cerca de vuestra Cruz! ¡Qué felicidad fortalecer el alma con vuestra Sangre y sumergirla toda en ella! Ella es la que nos fortifica para vencer las tentaciones y nos hace adquirir esa corona de gloria inmortal que vuestro amor nos tiene preparada en el Cielo.

EJEMPLO

Sabido es el siguiente pasaje de la vida de San Edmundo; atormentado este Santo y tentado por el demonio, se armó valerosamente de los méritos de la Sangre de Jesucristo para pelear, y por la virtud de la Pasión y de la Sangre de Jesucristo obligó al demonio a confesar qué era lo que más temía, y aquel respondió: «lo que acabas de nombrar;» esto es, la Sangre Preciosísima de Jesucristo. Tan cierto es aquel dicho de San Juan Crisóstomo que esta Sangre omnipotente ahuyenta los demonios: Hic sanguis daemones procul pellit (Vida de San Edmundo.)

JACULATORIA

Padre Eterno te ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.

INDULGENCIA

El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.

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