“¡Oh, bondad del Rey, que nos dio a Su Madre para que fuera también nuestra Madre!”.
El padre Benjamín Iorga era muy devoto de la Madre del Señor, a quien veneraba día y noche. Algunas veces, solía exclamar:
–¡Oh, bondad del Rey, que nos dio a Su Madre para que fuera también nuestra Madre! Reina, Soberana, Señora, amadísima y dulcísima Madre. ¡Oh, bondad de Cristo Rey!!
Cierto día, un monje le pidió que le diera un buen consejo. Y el anciano le dijo:
–Agradécele a la Madre del Señor por haberse apiadado de nosotros... ¡nos sacó del mundo y nos trajo a este santo monasterio!
El mismo monje le preguntó:
–¿Qué más necesita el cristiano para salvarse?
Y el anciano le respondió:
–Si no tenemos humildad, no nos podemos salvar.
Otro día, un monje le preguntó:
–¿Me conoces, padre Benjamín?
–Que Dios te conozca, respondió él.
–¡Pídele a Dios por mí, padre Benjamín!
–Busca a otro que sea digno de ello, respondió el anciano, con humildad.
Dos días antes de morir, vino un doctor a verlo, y le dijo:
–Soy médico. ¿Cómo puedo ayudarlo?
Y el anciano Benjamín respondió:
–Sí, eres médico. Pero yo estoy por irme con el Médico Celestial, que sana el cuerpo y el alma.
Momentos antes de morir, les dijo a quienes estaban en su celda:
–“Las aguas de la muerte me envolvían” (Salmos 17, 5). ¡Mañana me voy, mañana me voy!
Al día siguiente entregó su alma, en paz, a las manos del Señor, cuando pronunciaba por última vez la “Oración de Jesús”.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 671-672)
Foto: Oana Nechifor
fuente Doxologia
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