Beato Guerrico de Igny (c. 1080-1157), abad cisterciense
4º sermón para la Epifanía
Reconocer a Cristo en su humildad y descender para seguirle
«Mi alma está turbada», oh Dios, por el recuerdo de mis pecados; «entonces me acuerdo de ti en el país del Jordán» (Sl 41,7) –es decir, acordándome de como has purificado a Naaman el leproso en su humilde abajamiento... «Bajó y se lavó siete veces en el Jordán, tal como se lo había indicado el hombre de Dios, y quedó purificado» (2R 5,14). Desciende tú también, alma mía, desciende del carro del orgullo a las aguas saludables del Jordán, el cual, de la fuente de la casa de David, baja ahora sobre el mundo entero «para lavar todo pecado y toda suciedad» (Za 13,1). Con toda seguridad que esta fuente es la humildad de la penitencia, que fluye al mismo tiempo gracias a un don de Cristo y gracias a su ejemplo, y que, predicada desde ahora sobre la tierra, lava los pecados del mundo entero...Nuestro Jordán es un río puro, a los soberbios les será imposible acusarte, si te hundes enteramente en él, si te sepultas, por así decir, en la humildad de Cristo...
Ciertamente que es único nuestro bautismo, pero una tal humildad rebautiza. En efecto, no reitera la muerte de Cristo pero realiza la mortificación y sepultura del pecado, y lo que, sacramentalmente, se ha realizado en el bautismo, en esta nueva forma se le da pleno cumplimiento.
Sí, una tal humildad, abre los cielos y nos devuelve el espíritu de adopción; el Padre reconoce a su hijo, reformado en la inocencia y la pureza de un hijo regenerado. Por eso la Escritura, menciona acertadamente, que la carne de Naaman se ha restablecido como la de un niño recién nacido... Nosotros, que hemos perdido la gracia de nuestro primer bautismo... he aquí que hemos descubierto el verdadero Jordán, es decir, el abajamiento de la humildad... Nos toca ahora a nosotros no temer el abajamiento cada día más profundo...con Cristo.
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