lunes, 4 de septiembre de 2017

Evangelio según San Lucas 4,16-30. 
Jesús fue a Nazaret, donde se había criado; el sábado entró como de costumbre en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura. Le presentaron el libro del profeta Isaías y, abriéndolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: "Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír". Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es este el hijo de José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán: 'Médico, cúrate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún". Después agregó: "Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino. 


RESONAR DE LA PALABRA

Ciudadredonda
Nosotros: contigo y como Tú
La vocación más profunda del ser humano es ser hijos en el Hijo, ser “otros Cristos”. Si creemos esto de verdad, tendríamos que acercarnos al Evangelio como a un espejo. Desde aquí os comparto hoy 3 subrayados fundamentales:
Jesús es un hombre libre. Es capaz de seguir las costumbres de su pueblo y de la sinagoga, sin temor a que le encasillen, sin temor a que la novedad que trae quede oculta. Porque tiene la misma libertad para recrear la Palabra y la tradición: Él que es la Palabra definitiva. Si tienes hoy un rato puedes comparar la lectura que hace de Isaías y lo que el texto de Isaías dice literalmente… verás que omite una frase muy significativa. Con razón todos tenían los ojos fijos en él. Y con la misma libertad que cumplió la costumbre del sábado, se levantó y se abrió paso entre sus reproches, violencias y prejuicios. Querían matarlo, no es broma. Y Jesús no hace frente a los ataques con más violencia sino con más libertad. Y es que, cuando alguien es libre de verdad, profundamente, nos transmite una autoridad tal que difícilmente nos atrevemos a mantener nuestro empeño. Es esa libertad que nada tiene que ver con la arrogancia o el “todo vale”. Es la libertad honda de Jesús.
Jesús es la Palabra hecha carne, hecha vida. Por eso puede decir con toda verdad: “hoy se cumple esto que acabáis de oír”. Ninguno de nosotros podremos decirlo como Él, pero sí estamos llamados todos a poder decir cada vez que proclamamos la Palabra: “que esto se cumpla hoy en mí”. De algunos recibiremos aprobación, de otros incredulidad, de otros rechazo… pero ¡qué importa! Lo decisivo es qué nos dice Dios cuando proclamamos su Palabra y nos miramos a nosotros mismos: ¿En mí se cumple hoy? Ciertamente, nuestra vida es la única Biblia que muchas personas van a leer. Como el mismo Cristo, también nosotros estamos llamados a ser Palabra de Dios hecha vida.
El Espíritu del Señor está sobre mí. Sobre ti y sobre mí, porque nos ha ungido, nos ha enviado para anunciar y para “actuar”. ¡Cuánta confianza nos daría caminar por la vida sabiéndonos bajo su Espíritu! Quizá podríamos decirnos cada mañana algo así:
“El Espíritu del Señor está sobre mí. Su sombra me cubre y me protege, me cobija. Nada más hay sobre mí. Nada más me unge. Sólo Él. No hay carga sobre mí. No hay pesos que me aplasten. Sólo su Espíritu está sobre mí. Sólo su Espíritu consolador me envía y acompaña. ¿Cómo no contar a todos la gracia de Dios?”.

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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