“Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír.” (Lucas 4, 21)
Cuando Jesús explicaba el pasaje de Isaías que leemos en el Evangelio de hoy, todos los presentes en la sinagoga de Nazaret tenían los ojos fijos en él. Ya se hablaba mucho de lo que Jesús hacía y decía en toda Galilea, y los nazarenos tenían ahora la ocasión de verlo y escucharlo en persona. Sin duda era sorprendente para ellos ver que uno de sus propios vecinos, se comportara de esa manera y diera a entender que hablaba de parte de Dios.
En este punto, la Escritura dice que todos hablaban bien de él, cosa que no es lo mismo que creer en él. Se preguntaban cómo pudo el hijo de José haber adquirido tal conocimiento, dando a entender que dudaban de sus afirmaciones. Advirtiéndolo, el Señor continuó diciendo que sabía que no lo aceptarían, tal como los profetas Elías y Eliseo habían sido rechazados por su pueblo. Esta fue la gota que colmó el vaso: la gente se enfureció, empujaron a Jesús y lo sacaron de la población.
Y nosotros, ¿creemos que a veces las palabras del Señor nos exigen demasiado? ¿Nos causan incomodidad y por eso tratamos de diluir el mensaje o aceptar sólo las partes que coinciden con nuestras ideas preconcebidas? Los vecinos creían conocer a Jesús, pero finalmente no pudieron aceptar sus declaraciones acerca de sí mismo ni el desafío que les planteaban sus palabras.
Deberíamos, pues, pedirle al Espíritu Santo que nos haga comprender claramente todo lo que Jesús enseñó, sabiendo que sus caminos son los mejores para nosotros. Por ejemplo, Jesús dijo que no debíamos dejarnos llevar por la ira (Mateo 5, 22). Cuando nos encontramos en situaciones difíciles o incómodas debemos pedirle ayuda al Señor, en lugar de tratar de encontrar excepciones a su enseñanza pensando que “este caso es diferente” o bien “que eso no es lo que Jesús quiso decir”. Si somos fieles a las palabras de Cristo cada día, lo conoceremos mejor, lo amaremos más y crecerá en nosotros la certeza de que Jesús es ciertamente la Persona que él dice ser.
Pero la clave es reconocer que nosotros no lo sabemos todo y que muchas veces necesitamos la ayuda de Dios para resolver los grandes problemas de la vida. ¿Por qué no pedirle ayuda a él?
“Señor, perdóname por buscar excusas para eludir tus mandamientos y no decidirme del todo a ponerlos en práctica. Concédeme tu fuerza, Señor, para librarme de los hábitos de pecado.”1 Tesalonicenses 4, 13-18
Salmo 96(95), 1. 3-5. 11-13
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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