domingo, 3 de septiembre de 2017

Evangelio según San Mateo 16,21-27. 
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. 


RESONAR DE LA PALABRA

Fernando Torres cmf
Ser cristiano, ¿cuestión de sacrificio o de amor?
Hay diversas formas de plantearse la vida. Cuando escogemos una profesión, podemos pensar en todas profesiones a las que hemos renunciado o podemos fijarnos en la que hemos elegido. Desde el primer punto de vista, al elegir nos hemos empobrecido. Desde el segundo, lo que hemos escogido nos enriquece, es lo que tenemos efectivamente. Podemos pensar lo mismo de cualquier relación humana. Tener un amigo es tenerlo todo, dicen algunos. Es el mejor tesoro, dicen otros. Pero también es verdad que como no podemos ser amigos de todo el mundo, tener un amigo significa renunciar a muchos otros. Es que, sencillamente, no lo podemos tener todo. Es parte de nuestras limitaciones como seres humanos.

Seguir a Jesús supone renunciar a muchas cosas. Así nos lo dice Jesús en el Evangelio. Estar con Jesús significa negarnos a nosotros mismos, hacer de Jesús el centro de nuestra vida, cargar con todo lo nuestro y seguirle. Podemos dirigir nuestra mirada a lo que hemos dejado, a las renuncias que nos hemos impuesto, a los mandamientos que tenemos que obedecer. No son pocos. Todo eso puede tener algo de cruz. Es cierto.
Pero quizá sería mejor dirigir nuestra mirada a los aspectos más positivos. Como dice el profeta Jeremías en la primera lectura: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir”. Cuando se da ese proceso de seducción, la persona seducida ya no se fija en lo que queda atrás. Sólo tiene ojos para lo que está delante, para el objeto que le seduce. Vivir así nuestra fe nos llevará a descubrir no las renuncias sino la alegría de encontrarnos con Jesús, no los mandamientos sino la oportunidad maravillosa de formar parte de una comunidad de creyentes que cada domingo celebra con gozo su fe. Es decir, veríamos mucho más los aspectos positivos de nuestra fe que los negativos.
Es la diferencia entre ir forzado o ir por amor. Cuando nos obligan a ir a algún lugar, cuando vemos que otros sólo cumplen con su fe como si fuera una obligación pesada, es lógico que descubramos sólo los aspectos negativos de esa realidad. Si mis padres me obligaron de pequeño a comer mucho dulce, es casi seguro que lo aborreceré. Pero cuando es la realidad la que me atrae, entonces no me fijo en lo que queda atrás, sino que me siento atraído por todo lo positivo que soy capaz de ver en lo que me atrae. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que el Evangelio es una cuestión de amor y no de normas y renuncias?
Para la reflexión
Cuando vamos a misa los domingos, ¿lo hacemos por obligación, como una pesada carga? Los mandamientos de la vida cristiana, ¿son para nosotros expresión de nuestro amor por Jesús y los hermanos? Como cristiano, ¿me fijo más en las renuncias o en el gozo del encuentro con Jesús y los hermanos?

fuente del comentario CIUDAD REDONDA

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