No juzgues a los demás, porque muchas veces sucede que murmuramos en contra de nuestro semejante, aún sin conocerlo, sin darnos cuenta de que podría tratarse de alguien tan puro como un ángel.
Nuestra mente debe estar siempre atenta a lo que ocurre en nuestro corazón, para comprobar si hay o no paz en él. Si no la hay, entonces hay que buscar cuál pecado es el origen de ello. Para tener paz en el alma debes ser temperado y prudente, porque la paz se pierde también por culpa del cuerpo. No debes ser curioso e inquisitivo; no es bueno leer y releer los diaros ni esos libros que solamente nos vacían el alma y la arrojan a la tristeza y confusión.
No juzgues a los demás, porque muchas veces sucede que murmuramos en contra de nuestro semejante, aún sin conocerlo, sin darnos cuenta de que podría tratarse de alguien tan puro como un ángel. No te ocupes en saber todo lo que hace el otro. Más bien concéntrate en tus propios asuntos. Que tu único interés sea cumplir con aquello que te pide tu padre espiritual. Entonces, gracias a tu obediencia, el Señor te dará Su don y verás en tu alma los frutos de tu esfuerzo y observancia: la paz y la oración continua. (...) La paz de Dios se pierde, ante todo, porque no hemos aprendido a amar a nuestro semejante, siguiendo los mandamientos del Señor (I Juan 4, 21). Si tu hermano te enfada y en ese momento te surge un pensamiento de ira en contra suya, o si lo juzgas o lo odias, sentirás cómo la Gracia te abandona y la paz desaparece. Para tener paz en el alma debes acostumbrarte a amar a quienes te ofenden y orar inmediatamente por ellos. El alma no puede tener paz si no le pide a Dios, con todas sus fuerzas, el don de amar a todos sus semejantes.
Fuente Doxologia
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