CUANDO EL AMOR Y EL DOLOR SE
ABRAZAN
(Don de lágrimas - Parte III)
La Sagrada Escritura
dice que Dios es aquel que no siente placer con nuestros sufrimientos, sino que,
por el contrario, es él quien trae la calma después de la tempestad, es él
quien oye nuestros gemidos y enjuga nuestras lágrimas, derramando alegría (cfr.
Tob 3,22). Pero, cuando no se cree en Dios, el sufrimiento cambia a
desesperación, porque hay situaciones en que el dolor toca de una manera que
parece rasgar el alma en pedazos. En esa hora es que la persona piensa en
locuras y hace tonterías. No quiere matarse. Quiere matar el dolor que es
mucho. Y, no consiguiéndolo, llora.
Parece que todo
sufrimiento aprieta más cuando la gente no entiende lo que está sucediendo. Surge
el grito: “Mi Dios, ¿por qué?”.
Quien sufre quiere
entender el propio dolor: “Pero, ¿Por qué se fue con otra?” “¿Desde cuándo dejó
de amarme?”, “¿Por qué el tenía que envolverse con esas compañías?! Yo le avisé
tantas veces…” “¿Por qué estás tan distante… tan frío.. ¿qué fue lo que hice
esta vez?”
La pregunta viene
por la simple razón de que mucho peor que sufrir es sufrir sin saber por qué.
Un dolor que la gente entiende es un dolor que duele menos.
Ya oí decir que la
gente hace la pregunta errada. Deberíamos procurar saber no el porqué, sino
para qué esas cosas nos suceden. Eso a fin de dar un sentido a nuestro
sufrimiento. Sufrir sin sentido, sufrir sin razón y sin entender el motivo es
por demás de pesado, es desesperante, va aplastando el corazón dentro del
pecho, y al mismo tiempo va sofocando el alma.
Cuando hay una razón
para el dolor, él parece menor y ya no asusta tanto. “Si es para que mi hijo viva, acepto sacarme un riñon.” “Si voy a salvar a alguien que amo, corro el
riesgo de someterme a una cirugía”, entro en lucha con un bandido, enfrento
un animal salvaje.
Hace poco tiempo vi
en un reportaje que un padre había introducido su brazo en la garganta de un
yacaré para liberar a su hijo devorado. Es que para salvar a quien la gente ama
tiene sentido perder un brazo y el dolor se vuelve un precio pequeño a pagar.
Con todo, si un
incendio tiró abajo todo el patrimonio, si la persona perdió la vida, si el
bebe nació sin un bracito o si el cáncer ya se desparramó, de nada sirven las
preguntas.
Las respuestas no
cambian la tragedia.
Tampoco sirve decir
que era voluntad de Dios porque no es verdad. Y no fue un castigo del cielo.
Dios es Padre y no un verdugo cruel. Es penoso que delante de situaciones tan
delicadas y dolorosas todavía exista quien dice: “Fue la voluntad de Dios” o “Solo
puede ser un castigo”. Jesús vino a revelar que el Padre de los Cielos es
amor y que él desciende de prisa para socorrer a quien está sufriendo. El no
viene a castigar, sino a ayudar y salvar lo que estaba perdido.
Hace un par de días
pasé por una plantación de girasoles. ¡Qué cosa linda! El campo inmenso,
forrado de verde y amarillo. En el medio de la plantación, una casita blanca y
azul. Quien los plantó amaba las flores y sonreía desde la ventana todo
satisfecho. De repente, en mi imaginación, las llamas de fuego suben por la
madrugada y, cuando amanece el día, nada resta más que cenizas.
Durante la noche, el
campo se prendió fuego. Se fue la belleza. Se fue la alegría. En el rostro
triste del dueño apenas una pregunta: ¿Qué fue lo que sucedió? Alguien intentó
responder diciendo: “Fue Dios quien avivó
el fuego. Era voluntad de él. El sabe lo que hace. Tal vez un castigo por causa
de sus pecados.” Pero, de adentro de la casa, una criatura oye la
conversación y sale de allá gritando: “¡No!”
No es verdad. Dios no atizó el fuego. Dios amaba los girasoles. Fue un
accidente. Nosotros regamos poco. Alguien puede haber tirado un cigarrillo.
Puede haber sido el enemigo quien causó el incendio”. Entonces, en mi
fantasía, miro de nuevo el campo quemado y veo, a lo lejos, la imagen de una
persona retirando la mugre, arando y fertilizando la tierra para de nuevo hacer
de ella un jardín.
Es Dios que vino a
ayudar.
Si delante de
nuestra vida despedazada nos preguntamos: “¿Dónde es que está Dios?”, la
respuesta es: rejuntando las ruinas para ayudarnos a reconstruirlas. Dios no es
causa del sufrimiento. El no quiere y no puede hacer el mal a nadie. Una cosa
sí es cierta: Él está siempre al lado de quien sufre.
Márcio Mendes
Libro "O dom das lágrimas"
Editora Canção Nova
Adaptación del original en português.
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