Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías". Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo". Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo". Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos hermanos:
Una montaña alta, la hemos llamado el “Tabor”, preocupados por situar el hecho y el lugar, cuando de lo que se trata aquí, es de algo simbólico. Es una manifestación de lo divino, que contiene todos los elementos propios de este género literario: la montaña, la luz, las vestiduras blancas, la voz desde el cielo… Para entender el texto, es preciso situarlo en el contexto del Evangelio de Mateo: poco antes ha sido la confesión como Hijo de Dios, que Pedro hace en Cesárea de Filipo y es constituido como roca, inmediatamente después, Jesús hace su primer anuncio de la Pasión y de las condiciones para seguirle.
Los apóstoles no acaban de entender, el mejor exponente es Pedro: “Nunca jamás te sucederá tal cosa” a lo que Jesús responde: “Apártate de mi Satanás” y a todos les dirá: “el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. En este ambiente, es necesario reforzar la fe de los discípulos, mostrar la gloria del Padre en la humanidad de su Hijo. Lo que llamamos la “transfiguración”, no es más que la transformación, que se debe realizar en la vida de cada uno de nosotros, los creyentes, para seguir a Jesús, anticipo de lo que después sus seguidores, entenderán con la resurrección.
Tiene que ser en la montaña, lugar de encuentro en toda la Biblia del hombre y de Dios y tienen que estar Moisés y Elías, también hombres de montañas, en el Sinaí con las tablas de la ley y en el monte Horeb. Son dos personajes fundamentales para entender la historia del pueblo de Israel, de hecho, algunos esperaban un nuevo Moisés y Elías es el profeta por excelencia. El evangelista parece tener claro el carácter profético y mesiánico de Jesús, es de él del que hablan las antiguas profecías, es a él al que se debe escuchar. Todo está preparado para ese encuentro profundo, que trasformará nuestras vidas al encontrarnos con el misterio.
“Su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Pedro entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Sigue sin comprender, quiere quedarse en ese momento único y necesario: contemplar la luz, ver el rostro de Dios, pero no sabe que ésto sólo puede llevar a la misión, a otro monte que se llama Calvario. No se pueden hacer tres tiendas, estamos en camino, tendremos que subir y bajar, purificar, orar, desinstalarnos, seguir el desierto de la Cuaresma, que nos lleva a la muerte y la vida.
“Una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”. Eso es lo determinante, podemos no entender las palabras y los gestos de Jesús, puede haber momentos difíciles para el seguimiento, situaciones de oscuridad, pero hay que escucharle. Estos cuarenta días son tiempo de meditar la Palabra, ponerse en su presencia, superar la tentación de no entregar la vida para que otros tengan vida. No se trata de ser sólo espirituales, sino de vivir una mística de ojos abiertos.
Para lo cual, hay que bajar de la montaña, poner los pies en la tierra: “Cuando bajaban de la montaña, Jesús les ordeno: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos”. Dios nos sigue llamando como a Abraham en la primera lectura, para salir de nuestra casa y nuestra tierra y en la segunda, Pablo nos dice que nos llamó a la vida desde antes de la creación del mundo. Es en la realidad de cada día, donde tenemos que buscar la transfiguración de las personas y de la sociedad, tenemos que hacer que la esperanza no decaiga. Que nuestro rostro, como el de Jesús, refleje el rostro de un Dios que busca, que todos los hombres lleguen a la plenitud, digan sí a la vida y a la constante transformación del mundo.
Te espero fuera, dentro hemos recargado las pilas para irradiar luz durante toda la semana.
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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