lunes, 22 de enero de 2018

COMPRENDIENDO LA PALABRA 220118

Santo Tomás de Aquino (1225-1274), dominico, teólogo, doctor de la Iglesia 
Suma teológica
El Príncipe de este mundo es echado fuera

    Los milagros de Cristo eran para manifestar su divinidad; ahora bien, ésta debía permanecer oculta a los demonios, de no ser así hubiera impedido el misterio de la Pasión: “Si lo hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria” (1C 2,8). Parece, pues, que Cristo no debía hacer milagros sobre los demonios… Sin embargo, el profeta Zacarías había predicho estos prodigios, diciendo: “Quitaré del país al espíritu impuro” (Za 13,2). En efecto, los milagros de Cristo eran pruebas en favor de la fe que él mismo enseñaba. Ahora bien, por el poder de su divinidad ¿no debía él abolir en los hombres que creerían en él el poder de los demonios, según la palabra de san Juan: “Ahora el Príncipe de este mundo es echado fuera?” (Jn 12,31).

    Convenía, pues, que en otros milagros, Cristo liberara de los demonios a los hombres que estaban poseídos por él… Por otra parte, escribe san Agustín, “Cristo se dejó conocer por los demonios cuando lo quiso, y lo quiso cuando fue necesario… para ciertos efectos materiales de su poder”. Viendo sus milagros, el demonio llegó a creer, por conjeturas,  que Cristo era el Hijo de Dios: “Los demonios sabían que era el Hijo de Dios” dice san Lucas. Si confesaban que era el Hijo de Dios “era por conjetura más que por certeza real” señala san Beda. En cuanto a los milagros que Cristo realizó expulsando demonios, no los hizo para su utilidad, sino con el fin de que los hombres dieran gloria a Dios. Por eso no dejaba que los demonios hablaran de lo que concierne a su alabanza. San Juan Crisóstomo hace esta observación: “No era conveniente que los demonios se atribuyeran la gloria del papel de los apóstoles, ni que una lengua mentirosa predicara el misterio de Cristo”.

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