Entraron en Cafarnaún, y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar: "¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios". Pero Jesús lo increpó, diciendo: "Cállate y sal de este hombre". El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea.
RESONAR DE LA PALABRA
¿En dónde están los profetas?
Así comenzaba una canción de hace unos cuantos años. Decía que los profetas de otros tiempos habían dado la esperanza al pueblo y le habían entregado las fuerzas para amar y para vivir en fraternidad, para superar la mentira y la opresión, para ser libres y responsables. Pero ahora, decía la canción, ya no encontramos a los profetas cerca de nosotros. Y nos preguntamos angustiados dónde están.
La realidad es que para el cristiano el profeta ya está entre nosotros. No hay más profeta que Jesús. Y todos los demás que de alguna manera reciban ese nombre lo hacen por referencia a él. Jesús lleva consigo esa autoridad que define al profeta. Es una autoridad que no nace de la violencia ni de la fuerza, sino del Espíritu que posee al profeta. Es la autoridad que reconocieron sin dudar los habitantes de Cafarnaún cuando vieron cómo Jesús liberaba a aquel hombre poseído por un espíritu impuro y le devolvía a su ser, a la libertad. Dos veces se dice en el Evangelio de este día que Jesús enseñaba con autoridad y no como los letrados. Ahí está la diferencia entre el profeta y el profesor. El segundo enseña de lo que ha estudiado. No hace más que repetir, quizá en un orden mejor o más novedoso, lo mismo que ya se ha dicho. Hasta puede ser que discurra algo nuevo. Pero es fruto de su esfuerzo. El profeta, por el contrario, está dominado por el Espíritu de Dios, comunica de una forma nueva y la gente que le escucha siente que lo que dice le llega hasta lo más profundo. Y, cuando llega allí, sana y cura, libera y reconcilia, da la vida para siempre. Ése es el signo más claro de que el profeta es auténtico: cuando sus palabras y sus actos son fuente de vida para los que se encuentran con él.
Jesús es el profeta. Y permanece vivo entre nosotros. Su palabra sigue resonando como un eco en nuestras Iglesias, en la Biblia que tenemos en nuestra casa y con la que meditamos y oramos con la Palabra, en la vida de tantos hombres y mujeres que se han comprometido a ser sus discípulos, a seguir sus huellas en su vida concreta, como sacerdotes, como personas casadas, como religiosos o religiosas. Jesús es nuestro profeta. Y muchos cristianos y hombres y mujeres de buena fe son profetas de Dios. Con su vida anuncian al Dios de la Vida. No hay que angustiarse. Hay que abrir los ojos y descubrir a los testigos de la vida y la liberación a nuestro alrededor. Ellos son los profetas que iluminan nuestro caminar para que sigamos las huellas de Jesús.
Para la reflexión
¿Conozco alguna persona que enseñe con autoridad, como Jesús? ¿Qué es lo que más me llama la atención de su vida? ¿Es mi vida un signo profético para los que viven conmigo, para mi familia, mis amigos...? ¿Qué tendría que cambiar para serlo más?
Para la reflexión
¿Conozco alguna persona que enseñe con autoridad, como Jesús? ¿Qué es lo que más me llama la atención de su vida? ¿Es mi vida un signo profético para los que viven conmigo, para mi familia, mis amigos...? ¿Qué tendría que cambiar para serlo más?
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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