En el Evangelio de hoy vemos que Jesús va a la sinagoga de Nazaret, el pueblo donde había crecido.
El sábado es el día dedicado al Señor y los judíos se reúnen para escuchar la Palabra de Dios. Jesús va cada sábado a la sinagoga y allí enseña, no como los escribas y fariseos, sino con verdadera autoridad (Marcos 1, 22).
Dios nos habla también hoy mediante la Escritura. En la sinagoga se leen las Escrituras y, después, uno de los entendidos se ocupa de comentarlas, interpretando el sentido del mensaje que Dios quiere transmitir a través de ellas. Se atribuye a San Agustín la siguiente reflexión: “Así como en la oración nosotros hablamos con Dios, en la lectura es Dios quien nos habla a nosotros.”
El hecho de que Jesús, Hijo de Dios, sea conocido entre sus conciudadanos por su trabajo, nos ofrece una perspectiva insospechada para nuestra vida ordinaria. El trabajo de cada uno de nosotros es un medio de encuentro con Dios y, por tanto, una realidad y santificadora. Como lo dijo San Josemaría Escrivá: “Vuestra vocación humana es parte importante de vuestra vocación divina. Esta es la razón por la cual os tenéis que santificar, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de vuestros semejantes, precisamente santificando vuestro trabajo y vuestro ambiente, es decir, la profesión u oficio que llena vuestros días, que da fisonomía peculiar a vuestra personalidad humana, que es vuestra manera de estar en el mundo; ese hogar, esa familia vuestra; y esa nación, en la que habéis nacido y a la que amáis.”
Ahora bien, los nazarenos que escuchaban a Jesús no lograron entender que ellos también necesitaban aceptarlo y creer en sus enseñanzas, y “no tenían fe en él.” En realidad, todos debemos reconocer lo muy necesitados del Señor que somos, para sanarnos y llegar a ser instrumentos suyos en este mundo.
Por eso, el pasaje del Evangelio dice que Jesús “no pudo hacer allí ningún milagro… y se extrañaba de la incredulidad de aquella gente.” También hoy el Señor nos pide más fe en él para realizar cosas que superan nuestras posibilidades humanas. Los milagros manifiestan el poder de Dios y la necesidad que tenemos de él en nuestra vida de cada día.
“Jesús, Señor y Redentor mío, quita de mí, te lo ruego, todo lo que me impida aceptar tu acción, para que yo dé testimonio de tu amor y tu poder.”
2 Samuel 24, 2. 9-17
Salmo 32(31), 1-2. 5-7
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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