La gente que había en la sinagoga de Cafarnaúm ese día se asombraba de lo que Jesús enseñaba y de la autoridad que él ejercía sobre los espíritus inmundos, pero curiosamente nadie parecía extrañarse de que hubiera un endemoniado en la congregación, aunque su presencia no era desconocida, como lo sugiere Marcos.
En el pasado, se consideraba que los demonios eran la personificación de la maldad y quienes causaban toda suerte de males, como las enfermedades mentales, la perversión, la drogadicción y los homicidios. Ahora que las ciencias biológicas y psicológicas han avanzado mucho, por lo general se relega a los demonios al ámbito de las fantasías y las supersticiones.
Pero la verdad de nuestra fe católica es que en efecto existen los seres espirituales que no tienen cuerpo físico, es decir, los ángeles (Catecismo de la Iglesia Católica 328). Entre los ángeles, hay unos que son rebeldes y que obedecen a su jefe, Satanás. El diablo actúa en el mundo, junto a sus demonios, motivado por el odio a Dios, a Jesucristo y a la Iglesia. Ellos son los que engañan a los fieles con embustes, rencores y medias verdades a fin de mantenerlos encadenados en el pecado y separados de Dios; los tientan con pensamientos impuros, suscitan el egoísmo y la avaricia e incluso los afligen con vicios graves y enfermedades.
Es cierto que toda esta serie de males causa temor y pareciera que no podemos hacer nada para defendernos, pero lo cierto es que el diablo es un ser creado, que tiene poder limitado, y no puede bloquear el amor de Dios ni frustrar los planes del Señor (CIC 395). En efecto, no se trata de fantasías ni supersticiones; el diablo y sus demonios son reales, como lo revela el propio Cristo, pero al mismo tiempo hay que confiar en que Dios nos protegerá para que tengamos una vida apacible mientras esperamos que Jesús regrese en gloria.
“Señor mío Jesucristo, cura a todos los que, por influencia demoníaca, están enfermos o caen en tentaciones de inmoralidad sexual, adicción a drogas o codicia de riquezas o poder.”
Deuteronomio 18, 15-20
Salmo 95(94), 1-2. 6-9
1 Corintios 7, 32-35
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