Marcos 3, 21
Cristo se consagró al Padre para cumplir una misión dada, concreta e importantísima, que era nada menos que la salvación de todo el género humano. Y, consciente de la responsabilidad que tenía, no dudaba en hacer cualquier sacrificio que fuera necesario para cumplir su misión, por amor al Padre y a los hombres.
Si tenía que predicar todo el día, lo hacía, aunque esto implicara privarse de la comida o el sueño, aunque apenas tuviera tiempo para descansar. Hasta cierto punto, es normal que sus parientes pensaran que no estaba en sus cabales. Y claro, no era raro que una persona tan apasionada por anunciar el Evangelio en todas partes pareciera demente. Pero, para Dios, tal persona era un héroe, pues su principal motivación era el amor. Contemplemos el ejemplo de Cristo e imitémosle en esa pasión por hacer el bien a los que nos rodean, por amor a Dios y a su Reino.
En el fondo, se trata de la decisión entre el egoísmo y el amor, entre la justicia y la injusticia; en definitiva, entre Dios y Satanás. Si amar a Cristo y a los hermanos no se considera algo sin importancia y superficial, sino más bien la finalidad verdadera y suprema de toda nuestra vida, es necesario optar por las cosas fundamentales y estar dispuestos a hacer renuncias y sacrificios radicales.
Hoy, como ayer, la vida del cristiano exige valentía para ir contra la corriente, para amar como Jesús, que llegó incluso al autosacrificio en la cruz. Parafraseando una reflexión de San Agustín, podríamos decir que “por medio de las riquezas terrenas debemos conseguir las verdaderas y eternas”. En efecto, si existen personas dispuestas a todo tipo de injusticias con tal de obtener un bienestar material siempre pasajero, ¡cuánto más nosotros, los cristianos, deberíamos preocuparnos de asegurar nuestra felicidad eterna con los bienes de esta tierra! (Benedicto XVI, 23 de septiembre de 2007).
Todos los fieles tenemos la misión de llevar la buena noticia de la salvación a cuantos podamos. ¿Lo estás haciendo tú?
“Jesucristo, permite que esta meditación me ayude a cumplir sin reservas mi misión. Tú me has mostrado el camino, nada fácil, pero seguro hacia la felicidad. Quiero enamorarme de ti, Señor, y ser fiel a mi vocación, por eso te suplico el don de vivir solamente para tu gloria.”
2 Samuel 1, 1-4. 11-12. 17. 19. 23-27
Salmo 80(79), 2-3. 5-7
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
No hay comentarios:
Publicar un comentario