Llamó a los que él quiso.
Marcos 3, 13
Entre los que Jesús escogió como discípulos y apóstoles había pescadores de escasa educación, un cobrador de impuestos considerado pecador público, y otros que parecían fanáticos políticos. Curiosamente, Mateo, el cobrador de impuestos, trabajaba para el Imperio Romano, las fuerzas invasoras que los judíos querían expulsar de Israel. Pero, a pesar de estas graves diferencias, el Señor llamó a doce hombres para darles formación espiritual, transformar sus actitudes y motivaciones y enviarlos a predicar el Evangelio, sanar a los enfermos y expulsar a los demonios.
Conforme los apóstoles pasaban más tiempo conviviendo con Jesús, llegaban a entender mejor su Persona. El Señor les enseñaba con autoridad y ellos veían la confirmación de esas enseñanzas en las muchas señales y milagros que lo veían hacer. La más grande demostración de su poder fue cuando Cristo venció al pecado, a Satanás y al mundo muriendo en la cruz y resucitando al tercer día. Fue el mismo poder que luego comunicó a los apóstoles. Por esta misma autoridad, ellos recibieron un claro entendimiento del Reino de Dios y pudieron proclamar el Evangelio con fuerza y autenticidad. Cuando los apóstoles predicaban y actuaban en el nombre de Jesús, muchos enfermos y endemoniados quedaban libres de los malos espíritus que los tenían encadenados.
Así como Jesús llamó a sus doce apóstoles, también nos llama hoy a nosotros. Cualesquiera sean nuestros orígenes culturales, oficios, educación o preferencia política, Jesús quiere enviarnos al mundo a dar testimonio de su misión redentora y del evangelio de la vida y confrontar las fuerzas de las tinieblas apoyados en la autoridad que él ha conferido a su Iglesia.
La respuesta que demos a esta llamada dependerá del deseo que tengamos de dedicar tiempo y energía a entregarnos a Cristo y seguirlo fielmente. ¿Cómo puedo yo seguir fielmente al Señor? Haciendo oración sincera y frecuente, estudiando su Palabra y meditando en ella, recibiendo los sacramentos, participando en la iglesia y sirviendo a los demás, de preferencia a los que sufren y los necesitados. Así seremos discípulos y embajadores de Cristo para dar testimonio de la buena nueva y rechazar las fuerzas del mal.
“Padre eterno, permite que seamos compañeros de los apóstoles y colaboradores en la propagación del Evangelio.”
1 Samuel 24, 3-21
Salmo 57(56), 2-4. 6. 11
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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