Juan Bautista nos recomienda cumplir cosas grandes: «Producid el fruto que la conversión pide», y también «El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tengo comida, haga lo mismo» (Lc 3,8.11). ¿Acaso no es dar a conocer claramente con ello lo que afirma aquel que es la misma Verdad: «Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos hace fuerza; y los esforzados se apoderan de él»? Estas palabras nos vienen de lo alto; debemos meditarlas con mucha atención. Es preciso buscar cómo el Reino de los cielos se puede tomar con fuerza. ¿Quién puede hacer violencia al cielo? Y si es verdad que el Reino de los cielos se toma esforzándonos, ¿por qué no es verdad hasta después de Juan Bautista y no antes?
La Ley antigua… castigaba a los pecadores con penas rigurosas, pero sin reconducirlos a la vida por la penitencia. Pero Juan Bautista, anunciando la gracia del Redentor, predica la penitencia para que el pecador, muerto por haber pecado, viva a causa de su conversión: es verdad, pues, que desde entonces el Reino de los cielos está abierto a los esforzados. ¿Qué es el Reino de los cielos sino la mansión de los justos?… Son los humildes, los castos, los pacíficos, los misericordiosos los que alcanzan los gozos de lo alto. Pero cuando los pecadores se convierten de sus faltas por la penitencia, también ellos obtienen la vida eterna y entran en este país que les era extranjero. Así…, ordenando la penitencia a los pecadores, Juan les enseña a arrebatar el Reino de los cielos.
Amados hermanos, reflexionemos, pues, todo el mal que hemos cometido y lloremos. Por la penitencia, arrebatemos la herencia de los justos. El Todopoderoso quiere aceptarnos esta violencia: quiere que, por nuestras lágrimas, arrebatemos el Reino que, por nuestros méritos, no nos era debido.
San Gregorio Magno (hacia 540-604), papa y doctor de la Iglesia, Homilía 20 sobre los Evangelios, n. 14
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