jueves, 13 de diciembre de 2018

El Reino de los Cielos

San Juan Crisóstomo, Homilía 37 sobre Mareo




Cuando éstos se hubieron ido, comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre: ¿Qué habéis ido a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué habéis ido a ver? ¿A un hombre vestido muellemente? Mas los que visten muellemente están en las moradas de los reyes. Pues ¿qué habéis ido a ver? ¿A un profeta? ¡Sí! Yo os digo que más que a un profeta (Mt 11,7-9).
PERFECTAMENTE procedieron las cosas y las ordenó Cristo en lo tocante a los discípulos de Juan; y ellos se volvieron perfectamente confirmados en la fe por los milagros que ahí al punto se verificaron. Restaba, pues, curar las opiniones de la multitud acerca de Juan. Los discípulos de Juan nada más sospechaban de lo que se ha dicho de su maestro. Pero la turba, por las preguntas de los discípulos de Juan, sospechó muchas cosas absurdas, porque ignoraba la mente del que los había enviado. Es verosímil que en su interior las turbas discurrieran así: Aquel que tantos y tan grandes testimonios dio de Cristo, ¿ahora duda y ha cambiado de parecer sobre si éste es o es otro el que ha de venir? ¿Es que al hablar así quiere introducir división con los seguidores de Jesús? ¿O se ha acobardado por el encarcelamiento? ¿O dijo sin fundamento lo que antes afirmaba? Como era verosímil que las turbas sospecharan estas y otras cosas parecidas, observa en qué forma corrige las debilidades del pueblo y suprime semejantes sospechas.
Cuando éstos se hubieron ido, comenzó a decir a las turbas. ¿Por qué lo hace cuando éstos se habían ido? Para no parecer que adulaba a Juan. Pero al corregir las opiniones populares, no saca a relucir las sospechas del pueblo; sino que solamente da la solución a las dudas y raciocinios que perturban las mentes, demostrando así que conocía los secretos de los corazones de todos. No les dijo, como lo hizo con los judíos: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque aún cuando así pensaran, no lo hacían por malicia, sino por no tener noticia de las cosas que se trataban. Por lo mismo no les habla con dureza, sino que solamente corrige sus pensamientos y defiende a Juan y demuestra que éste no había abandonado su primer modo de pensar ni lo había cambiado. Como si dijera: No es él un hombre voluble, sino firme y constante. Y de tal manera dispone las cosas que no abre al punto su parecer, sino que lo declara mediante el parecer del propio pueblo. Así les demuestra no sólo con las palabras de ellos, sino con las obras propias que han testificado en favor de la constancia de Juan.
Por esto les dice: ¿Qué habéis ido a ver al desierto? Como si les dijera: ¿Por qué abandonando las ciudades y las mansiones os habéis reunido todos en el desierto? ¿Fue acaso para ver a un hombre mísero y voltario? ¡Esto sería una locura! Pero esta no se deduce del íntimo anhelo con que corristeis al desierto. No habríais concurrido con tan gran empeño tanto pueblo y tantas ciudades al desierto y al Jordán, si no hubierais esperado ver a un hombre grande, admirable, constantísimo. No salisteis a ver una caña agitada por el viento; porque los hombres ligeros que se dejan llevar a una y otra parte y a veces afirman una cosa y a veces otra y en ninguna se afirman, son semejantes a las cañas.
Observa cómo, dejando a un lado toda acusación de malicia, trata únicamente de la sospecha de ligereza que los preocupaba, y procura quitarla. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido muellemente? Los que muellemente se visten están en las moradas de los reyes. Lo que significa: Juan no es por naturaleza ligero, y así lo demostrasteis vosotros con vuestro interés por él. Ni puede asegurarse que él al principio estuvo constante, pero que luego, por una vida entre delicias, se tornó muelle y delicado. Es cierto que entre los hombres los hay que nacen con ese natural; hay otros que después cambian y se tornan de otro modo. Así por ejemplo sucede que uno sea por naturaleza iracundo; otro, a causa de una larga enfermedad en la. que contrajo ese vicio. Del mismo modo, unos por naturaleza son inconstantes, ligeros; otros lo son porque se entregaron a la voluptuosidad y a los placeres. Pero Juan no lo es por su natural: no habéis salido a ver una caña, ni ha perdido su firmeza natural de alma por haberse entregado a los placeres.
Y que no se ha entregado a la voluptuosidad, lo demuestra su vestido, el desierto, la cárcel. Si hubiera querido vestir muellemente, no habría habitado en el desierto ni en la cárcel, sino en el palacio real. Porque estaba en su mano, con sólo callar. gozar de grandes honores. Puesto que si Herodes a él encarcelado y de él reprendido, estando en prisiones, así lo reverenciaba, ciertamente si hubiera callado, aun lo habría adulado. Habiendo pues dado con sus obras un testimonio experimental de su firmeza y constancia ¿con qué derecho se puede sospechar de su ligereza?
Una vez que tanto por el lugar como por el vestido y el concurso del pueblo ha descrito las costumbres de Juan, luego lo presenta como profeta. Pues habiendo dicho: ¿Qué salisteis a ver? ¿A un profeta? En verdad os digo, y más que profeta, añadió: Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti. Tras del testimonio de los judíos, presenta al profeta. Más aún: pone primero el juicio de los judíos, testimonio de enemigos, que es el argumento de más fuerza por ser de enemigos; luego propone el género de vida que llevaba Juan; en tercer lugar, su propio juicio; en cuarto lugar el de Malaquías, cerrando así la boca a los judíos por todos lados. Y para que no alegaran y dijeran: bien está, pero ¿si después acá ha cambiado? añadió lo del vestido, la cárcel y finalmente la profecía.
Tras de decir que Juan era más que profeta, explica en qué es mayor. ¿En qué, pues, es mayor? En que está cercano al que viene. Pues dice: Enviaré mi mensajero delante de ti, es decir junto a Cristo. Así como sucede con los reyes que los que van junto a la carroza real tienen mayor dignidad, así se ve a Juan ir junto a Cristo, que ya llega. Observa cómo por aquí declara su excelencia; mas no se detiene en esto, sino que al punto manifiesta su propio parecer diciendo: En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan Bautista. Es decir que ninguna mujer ha dado a luz a otro mayor.
Basta con semejante parecer. Pero si quieres por las cosas mismas conocerlo, considera la mesa de Juan, su alimento, la alteza de su mente. Vivía como si ya estuviera en el cielo; y como si fuera superior a las naturales necesidades, llevaba un camino admirable y pasaba el tiempo íntegro en himnos y oraciones, hablando sólo con Dios y con ninguno de los mortales. No conocía a ninguno de los consiervos, no se daba a ver, no se alimentaba de leche, no disfrutaba del lecho ni del techo ni del foro ni de cosa humana alguna; y era al mismo tiempo lleno de vehemencia y de mansedumbre. Oye con cuánta mansedumbre habla a sus discípulos y con cuánta fuerza a los judíos y con qué libertad a los reyes. Por tal motivo decía Cristo: Entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista.
Mas con el objeto de que las alabanzas no fueran a engendrar algún error y que los judíos no lo fueran a preferir a Cristo, mira cómo también esto lo endereza. Pues así como de las cosas con que los discípulos de Juan quedaban confirmados en la fe de ahí recibían daño las turbas, pensando que Juan era voltario, así con las que las turbas se confirmaban en la fe se les acrecía a aquéllos el daño, pues, por lo dicho, pensaban ser Juan superior a Cristo. Corrige Cristo todo esto y toda sospecha al decirles: Pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él. El menor, es decir en la edad y en la opinión de muchos, pues a Jesús lo llamaban glotón y bebedor de vino. Y decían de El: ¿No es éste el hijo del carpintero? y por doquiera lo trataban con desprecio. Preguntarás: entonces Jesús comparado con Juan ¿era mayor? De ninguna manera. Pues tampoco Juan cuando dice: Es más fuerte que yo, lo dice para poner comparación; ni tampoco Pablo, al hablar de Moisés lo hace cuando dice: Y es tenido en mayor gloria que Moisés. Ni el mismo Jesús cuando decía: Y aquí está uno mayor que Salomón. Y si concediéramos que lo hizo por establecer comparación, aclararíamos que lo hizo acomodándose a la rudeza de los oyentes.
Juan era tenido en gran estima, y la cárcel lo había .tornado más insigne, lo mismo que la libertad en reprender al rey, cosas todas que muchos escuchaban con gusto. Porque también el Antiguo Testamento suele enmendar a los que yerran, comparando cosas que entre sí no admiten comparación. Por ejemplo cuando dice: No hay, oh Señor, semejante a ti en los dioses. Y también: No hay Dios como el Dios nuestro. Hay quienes afirman que Cristo lo dijo refiriéndose a los apóstoles; otros aseguran que a los ángeles; pero mal. Porque los hombres, una vez que se han apartado de la verdad suelen caer en múltiples errores. Pues ¿cómo podía lógicamente haberlo dicho de los apóstoles o de los ángeles? Por lo demás, si de los apóstoles lo decía ¿qué le vedaba nombrarlos? En cambio, hablando de sí mismo, rectamente y con derecho oculta la persona a causa de la opinión que de él se tenía y para no parecer que se alababa a sí mismo. Siempre procede así.
Y ¿qué significa: en el reino de los cielos? Es decir en las cosas todas espirituales y celestiales. Al decir: Entre los nacidos de mujer no ha aparecido nadie mayor que Juan, se contradistingue de Juan y se aparta de toda comparación. Pues aun cuando El también era nacido de mujer, pero no al modo de Juan, pues no era sólo hombre ni había nacido al modo humano, sino con un parto estupendo y maravilloso. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora el reino de los cielos se alcanza por la fuerza y los esforzados lo arrebatan. Preguntarás: ¿cómo se compone esto con las cosas que preceden? De modo excelente y muy lógico. Porque con esto Cristo excita y empuja a las turbas a que crean en El; y al mismo tiempo confirma lo que anteriormente había dicho Juan. Pues si hasta llegar a Juan se ha completado todo, entonces: Yo soy el que viene. Porque dice: Porque todos los profetas y la ley han profetizado hasta Juan. Como si dijera: No habrían cesado de hablar los profetas, si yo no hubiera venido. No esperéis pues ya más: no esperéis que venga otro.
Desde el momento en que cesaron los profetas y que muchos arrebatan la fe en mí, es claro que Yo soy ése; y esa fe es tan clara y manifiesta que muchos día a día la arrebatan. Preguntas: ¿quiénes la han arrebatado? Responde: todos cuantos con empeño se han acercado a Cristo. Enseguida pone otro indicio: Y si queréis oírlo, él es Elías, que ha de venir. Dice Malaquías: Ved que yo mandaré a Elías el profeta, quien convertirá el corazón de los padres a los hijos. Dice, pues, Cristo: este es Elías, si con cuidado atendéis. Puesto que .afirma Malaquías: He aquí que voy a enviar a mi mensajero delante de ti.
Y con razón dijo: si queréis oírlo, manifestando así que a nadie se le obliga ni se le hace violencia. Como quien dice: Yo a nadie obligo. Quería por este medio pedir una voluntad pronta, y también demostrar que aquel Elías es este Juan y este Juan es aquel Elías. Porque ambos tuvieron el mismo ministerio y ambos fueron precursores. Por lo cual no dijo simplemente: este es Elías, sino: Si queréis oírlo, éste es. O sea: si es que atendéis a los hechos con recta voluntad y sano juicio. Y no se detuvo aquí, sino que demostrando que se necesita comprensión, a la expresión: éste es Elías, que ha de venir, añadió: El que tiene oídos para oír que oiga.
Tantos misterios y cosas enigmáticas les proponía, para obligarlos a preguntar. Pero ni así despertaban. Y mucho menos habrían despertado si todo lo hubiera dicho clara y manifiestamente. Pues no puede decirse o que no se atrevían a preguntarle o que El se mostraba difícil para acercársele. Puesto que quienes acerca de cosas banales le habían interrogado y examinado, y habiendo sido infinitas veces rechazados no habían cesado en su empeño ¿cómo no lo iban a interrogar en cosas necesarias, si hubieran querido aprender? Lo interrogaban en asuntos de la Ley y cuál era el precepto principal, y le hacían otras preguntas semejantes, y esto sin que les urgiera necesidad alguna. ¿Cómo entonces, cuando él decía cosas que debía responder, no habían ellos de explanar ellos su pensamiento? ¿Sobre todo siendo así que él mismo parecía exhortarlos y empujarlos? Así, cuando decía: Los esforzados lo arrebatar., excitaba sus ánimos; y cuando decía: El que tiene oídos para oír, que oiga, hacía lo mismo. Y dice luego: ¿A quién compararé esta generación? Es semejante a los niños sentados en la plaza, que se gritan unos a otros diciendo: Os tocamos la flauta y no habéis bailado; hemos cantado endechas y no os habéis dolido. También esto parece desconectado de la serie precedente, y sin embargo pertenece al mismo desarrollo, ya que se refiere a lo principal del asunto; es decir a demostrar que Juan no se contradijo en sus procederes, aunque los hechos parecieran decir lo contrario, como ya lo advertimos, hablando de las preguntas. Demuestra además que no se pasó de largo nada de lo perteneciente a la salvación de ellos.
Es lo que el profeta dijo acerca de la viña: ¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? Cristo dice: ¿A quién compararé yo esta generación? Es semejante a los niños sentados en la plaza, que se gritan unos a otros, diciendo: Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado; os hemos cantado endechas y no os habéis dolido. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dicen: Está poseído del demonio. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe y dicen: Es un comilón y un bebedor de vino, y es amigo de los publicanos y pecadores. Como si dijera Cristo: Juan y yo vamos por contrarios caminos, pero hacemos lo mismo. Como si dos cazadores viendo una bestia feroz difícil de coger, pero que puede ir a caer en la red por dos caminos, ocupara cada uno de ellos uno de los caminos, de modo que el uno la empuja por una senda contraria a la del otro, y así por medio de uno de los dos venga a quedar prisionera.
Mira cómo todo el género humano suele admirar el ayuno, lo mismo que la austeridad de la virtud. Por esto el negocio todo se instituyó de tal manera que Juan ayunara desde su tierna edad y cultivara ese género de vida para que por este medio mereciera fe su predicación. Preguntarás: ¿por qué motivo Cristo no siguió ese camino? Ciertamente lo siguió al ayunar durante cuarenta días y andando por los pueblos enseñando, sin tener en dónde reclinar su cabeza. Además, con el otro modo de vida que instituyó también se logrará lucro. Al fin y al cabo, lo uno era equivalente a lo otro; y aun había en el segundo camino una ventaja: tener en su favor el testimonio del que lo había emprendido. Por lo demás, Juan solamente exhibía la austeridad de su vida, pues no hizo ningún milagro, mientras que Jesús tuvo además el testimonio de los milagros y portentos. Dejando, pues, que Juan fuera celebrado por sus ayunos, Cristo tomó el camino contrario y entraba a las mesas de los publica-nos y comía con ellos y bebía.
Preguntemos a los judíos si el ayuno es cosa buena y admirable. Entonces, convino creer en el Bautista y recibirlo y obedecerlo. Con esto, sus palabras os iban a conducir a Jesús. ¿Es el ayuno oneroso y duro? Entonces, había que obedecer a Jesús y darle fe, aunque iba por un camino contrario. Por cualquiera de los dos caminos habríais entrado en el reino. Pero los judíos, al modo de una bestia feroz, ambos caminos los tomaron a mal De modo que de parte de los dos a quienes no se dio crédito, no hay culpas sino de parte de quienes no creyeron. Puesto que nadie hay tan falto de razón que alabe o vitupere al mismo tiempo las cosas que son entre sí contrarias.
Por ejemplo: quien alaba a un hombre ligero y perezoso, no aprobará al ceñudo y bárbaro; y el que alaba al severo, no aprobará al ligero. Porque no se puede lógicamente aprobar una y otra cosa. Por este motivo dijo Cristo: Os tocamos la flauta y no bailasteis; es decir os hemos presentado una vida no austera y no nos habéis obedecido. Y luego: Os cantamos endechas y no os habéis dolido; es decir: Juan os abrazó con una vida austera y grave y tampoco le hicisteis caso. Y no dijo: Juan tomó aquel género de vida y yo este otro, porque siendo una misma la finalidad de ambos, sólo los medios eran encontrados. Por esto dice que los hechos eran los mismos. El que tomaran caminos encontrados nacía precisamente de una mayor concordia, pues todo se dirigía al mismo fin.
Entonces, oh judíos ¿qué defensa os queda en adelante? Por tal motivo Cristo añadió: Y la Sabiduría se justifica por sus obras. Como si dijera: aun cuando no hayáis obedecido, pero a mí en adelante ya no podréis acusarme. Que es lo que dijo el profeta hablando del Padre: Para que sea reconocida la justicia de sus palabras. Dios, aun cuando no hiciera más que cuidar de nosotros, cumple con todo lo que le toca, hasta el punto de no dejar a los necios y a los malvados ni una sombra de duda. Y aun cuando los ejemplos de que usa sean vulgares y nada pulidos, no te admires, pues así se adaptaba a la rudeza de los oyentes. También Ezequiel pone muchos ejemplos que son oportunos para el pueblo, aunque parezcan no dignos de Dios. Por lo demás, también esto entra en la providencia divina y es digno de ella.
Considera, por otra parte, cómo los judíos también por otros caminos eran llevados a diversas sentencias y pareceres. Habiendo ellos dicho que Juan era un endemoniado, no se detuvieron aquí, sino que también lo afirmaron de Cristo, que vivía de un modo contrario al de Juan. Hasta ese punto andaban traídos y llevados de encontrados y varios pareceres. Lucas, aparte de esa acusación, aduce otra más grave, cuando dice: Los publícanos justificaron a Dios recibiendo el bautismo de Juan. Y una vez que la Sabiduría quedó justificada; una vez que demostró que todo se había cumplido, se querella de las ciudades de Cristo y llama a sus habitantes míseros, pues no logró persuadirlos, lo cual es peor que si les pusiera terror. Usó de la enseñanza y de los milagros. Mas, como permanecieron en su misma incredulidad, finalmente los querella y dice el evangelista: Comenzó entonces a increpar a las ciudades en que había hecho muchos milagros, porque no habían hecho penitencia, diciendo: ¡Ay de ti, Corazín! ¡ay de ti, Betsaida! Y para que veas que ellos no eran tales por naturaleza, pone el nombre de las ciudades de donde habían salido cinco apóstoles. Porque de ahí eran Felipe y los dos pares de corifeos (Pedro y Andrés, Santiago y Juan).
Y dice: Porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, mucho ha que habrían hecho penitencia en saco y ceniza. Así, pues, os digo que Tiro y Sidón serán tratadas con menos rigor que vosotras en el día del juicio. Y tú, Cafarnaúm, ¿te levantarás hasta el cielo? ¡Hasta el infierno serás precipitada! Porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros hechos en ti, hasta hoy subsistirán. Así, pues, os digo que el país de Sodoma será tratado con menos rigor que tú el día del juicio. No sin motivo nombra a Sodoma, sino para agrandar el peso de la acusación. Porque gran argumento de perversidad es que aparezcan peores que los malvados que antes existieron y no solamente que los que ahora viven.
Del mismo modo los condena en otra parte, comparándolos con los ninivitas y con la reina del Austro; con la diferencia de que en este último pasaje compara a los que han obrado el bien; y en aquel otro a los que han obrado el mal, lo que es todavía más grave. Ezequiel usó de este mismo modo de condenar cuando dijo de Jerusalén: Hasta el punto de hacer justas a tus hermanas con todas las abominaciones que tu has cometido. Suele en el Antiguo Testamento proceder en esta forma cuando se trata de esta materia. Y no terminó aquí su discurso, sino que aumentóles el terror diciendo que sufrirán más graves tormentos que los de Sodoma y los de Tiro. Así, de todos lados los excita, bien llamándolos míseros, bien metiéndoles miedo.
Apliquémonos a nosotros mismos esto, pues no sólo a los incrédulos, sino también a nosotros nos amenazó con el castigo mayor que a los de Sodoma, si no recibimos y hospedamos a los peregrinos que vienen a nosotros, cuando ordenó a los apóstoles que aún sacudieran el polvo de su calzado. Y con razón. Pues aquéllos, si pecaron, cayeron antes de la Ley y de la gracia; pero nosotros, que pecamos después de tantos cuidados como se nos han prodigado ¿de qué perdón seremos dignos si mostramos tan grande aborrecimiento a los huéspedes y cerramos las puertas a los necesitados y antes que las puertas, los oídos mismos? Y no sólo a los pobres sino también a los necesitados. Las cerramos a los pobres porque las cerramos a los apóstoles. Es que mientras se lee a Pablo, tú no atiendes; y cuando Juan nos predica, tú no lo oyes. Entonces ¿cuándo darás hospitalidad al pobre, pues ni siquiera al apóstol recibes?
Así pues, para que a éstos las puertas y a aquéllos los oídos queden abiertos, limpiemos de los oídos del alma todas las suciedades. Pues así como la inmundicia y la tierra tapan los oídos corporales, así los cantares de las meretrices, las narraciones profanas, las deudas, las conversaciones sobre la usura y los réditos cierran los oídos del alma, mucho más que cualesquiera inmundicias. Más aún: no solamente los cierran sino que los manchan. Los que tales cosas a referir se entregan, echan estiércol en vuestros oídos. Y lo que cierto bárbaro amenazaba a Israel diciendo: Comeréis vuestro estiércol eso hacen aquéllos con vosotros, no con palabras, sino con obras, y os obligan a soportarlo. Más aún: cosas mucho más graves. Porque los dichos cantares son con mucho más repugnantes.
Y lo peor es que ya no os molestan, sino que aún los reís y celebráis, cuando lo conveniente sería huirlos y execrarlos. Y si tales cosas no son abominables ¡vaya! ¡baja tú mismo a.la orquesta, imita eso que alabas; o mejor aún, vete con ese que semejante risa ha excitado! Por cierto que nunca te atreverías a hacerlo. Entonces ¿por qué tanto lo honras? Las leyes escritas de los griegos a tales hombres los tienen como infames ¿y tú, en cambio, juntamente con toda la ciudad, los recibes como si fueran Legados o Capitanes; y convocas a todos para que reciban el lodo en sus oídos? Si tu esclavo, oyéndolo tú, dice algo torpe, lo castigas con golpes sin número; si tu hijo, si tu mujer, si otro cualquiera así procede, lo tienes como ofensa. En cambio, si hombres despreciables y abyectos te convocan a escuchar palabras torpes, no sólo no te indignas, sino que te gozas y aun alabas.
¿Hay algo que se iguale a semejante locura? Dirás que al fin y al cabo tú no pronuncias semejantes palabras. Pero ¿hay en eso alguna ganancia? Más aún: ¿de dónde consta que no las pronuncias? Si nunca las pronunciaras, jamás te reirías al oírlas ni correrías con tanto empeño a escuchar lo que te deshonra. Porque, dime: ¿te gozas oyendo blasfemias? ¿acaso no te horrorizas y te tapas los oídos? Yo pienso que sí lo haces. ¿Por qué? Porque tú nunca blasfemas. Pues procede del mismo modo respecto de las palabras aquellas torpes. Si quieres demostrarnos claramente que no te gozas cuando hablan torpezas, no soportes el oírlas. ¿Cuándo podrás llegar a ser un hombre probo, si te alimentas de oír torpezas tales? ¿Cuándo podrás soportar los trabajos de la castidad yendo así poco a poco en descenso a causa de esas risas y cantares y palabras obscenas? Si con trabajo el alma que se conserva pura y alejada de todo eso, puede ser casta ¿cuánto menos podrá serlo la que se acostumbra a escuchar tales cosas? ¿Ignoráis que todos somos inclinados a la perversidad? Pues si a ésta la convertimos en arte y oficio ¿cómo podremos escapar del horno aquel? ¿No habéis oído lo que dice Pablo: Regocijaos en el Señor? ¡No dijo: en el demonio!
Pues ¿cuándo podrás escuchar a Pablo? ¿cuándo podrás tener conciencia de tus pecados, pues vives perpetuamente ebrio a causa de semejantes espectáculos? Que acudas a la iglesia ni es cosa grande, ni digna de admiración… Aunque sí es cosa de admiración. Porque vienes aquí perezoso y a la ligera. En cambio corres al teatro con gran anhelo y empeño. Y esto es claro por lo que luego refieres en tu hogar cuando regresas. Porque lleváis a vuestros hogares cada uno de vosotros el lodo que se os infundió mediante las palabras, los cantos, las risotadas; y no únicamente a vuestros hogares, sino a lo más interior de vuestras mentes; y ya no os apartáis de esas cosas dignas de abominación: de manera que ya no tienes odio sino amor a lo abominable.

Muchos hay que al volver de visitar los sepulcros, se purifican con el baño; pero cuando regresan del teatro, no lloran, no derraman una fuente de lágrimas. Y eso que el cadáver no es cosa inmunda, mientras que el pecado mancha en tal manera que no puede purificarse ni con mil fuentes, sino sólo con las lágrimas y la confesión. Pero ya no hay quien sienta esta mancha; y pues no tememos lo que debíamos temer, tememos lo que no debíamos. Pero ¿qué estrépito es ése? ¿qué tumulto? ¿qué clamores satánicos? ¿qué vestidos y posturas satánicas? Ahí va uno, joven, con la cabellera anudada detrás; y con su presentación misma está afeminando su naturaleza, lo mismo que con sus modales, con su vestido y con todo lo que lleva; y trata de parecerse a una doncella. Allá va otro, anciano, con la cabeza rapada a navaja, ceñidos los riñones, después de que antes de raerse la cabeza y sus cabellos, ha raído del todo su pudor; y se presenta a recibir bofetadas y preparado a decir y hacer cuanto se ofrezca. Y las mujeres, descubierta la cabeza, olvidando todo rubor, se presentan y hablan al pueblo con suma y empeñosa impudencia, infundiendo en los oyentes la más alta petulancia y la más completa lascivia. No tienen sino un anhelo: extirpar de raíz toda castidad y manchar la naturaleza humana y satisfacer la concupiscencia del perverso demonio de la carne. Porque en el teatro, las palabras obscenas, las figuras ridículas, el corte del pelo mismo, el modo de andar, el vestido, la voz, lo muelle de los miembros, lo tornátil de los ojos, las flautas, las tonadas, el drama, el argumento, en una palabra, todo está redundando en extrema lascivia.

¿Cuándo, pregunto yo, podrás volver en ti, una vez que el demonio te hace beber tan ingente copa de fornicaciones .y mezcla para ti tantas cráteras de intemperancia? Porque ahí en el teatro se ven fornicaciones, adulterios, prostitutas, hombres afeminados, jóvenes muelles, todo repleto de iniquidad y de cosas de magia y de hechicería. De manera que quienes ahí están sentados no conviene que se rían de semejante espectáculo, sino que lloren y giman. Preguntarás: entonces ¿cerramos los teatros? Por tu mandato se armará una revuelta. ¡Pero si ya todo es revuelta! ¿De dónde salen los que andan poniendo asechanzas a los matrimonios? ¿no es acaso de lo que ven en el escenario? ¿De dónde los que violan el tálamo nupcial? ¿Acaso no es de aquel teatro? ¿No es ahí en donde aprenden a ser molestos a sus esposas? ¿No es ahí donde aprenden a despreciar a sus mujeres? ¿No salen de ahí infinitos adúlteros? ¡El que todo lo revuelve es el que asiste al teatro y trae luego de ahí la recia tiranía!

Alegarás que de ningún modo es así, ya que el teatro ha sido instituido por las leyes y ordenado para el bien, Porque, añades, el rapto de las mujeres y el insultar obscenamente a los jóvenes y el deshacer los hogares, todo eso es propio de quienes conquistan las acrópolis. ¿Quién, continúas, por tales espectáculos se ha hecho fornicario? Mejor pregunta: ¿quién no? Si fuera lícito publicar nombres, podría yo deciros a cuántas esposas esos teatros han arrebatado el esposo; y a cuántos han cautivado aquellas meretrices, de los cuales a unos los arrancaron del lecho conyugal y a otros los hicieron que no pudieran tomar esposa. Pero insistes: ¿de modo que echaremos abajo todas las leyes? Respondo que al revés: derribados los teatros, habremos acabado con las transgresiones legales. Porque del teatro salen los que hunden las ciudades; del teatro salen las sediciones y las revueltas. Quienes se alimentan de semejantes espectáculos y venden su voz a causa de la necesidad del estómago, y que no tienen otro oficio ni ocupación que andar gritando y ejecutar cualquier cosa por absurda que sea, ésos son sobre todo los que conmueven a los pueblos y promueven en las ciudades los tumultos. Una juventud ociosa, en semejantes espectáculos educada, se torna más cruel que cualquier bestia salvaje.

¿De dónde, pregúntate, salen los charlatanes adivinos? ¿No salen de ahí a provocar sin motivo a la plebe desocupada y logran que los bailarines saquen beneficios de semejantes tumultos y que las meretrices sirvan de obstáculo a las mujeres honradas? Porque llegan a tales géneros de maleficios que no dudan en profanar los huesos de los muertos. ¿No proviene esto de que para esos coros diabólicos se ven obligados a gastos sin cuento?

¿De dónde nacen la lascivia y males sin número? ¿Observas cómo eres tú quien disturba la vida y relaciones humanas cuando a tales cosas a otros arrastras? Por mi parte, creo que semejantes prácticas deben abolirse.

Dirás: entonces ¡cerremos la orquesta! ¡Ojalá fuera eso posible! Más aún: si queréis, cuanto es de mi parte ya está cerrada y destruida. Pero no es eso lo que yo aconsejo. Quedando ella en pie, dejadla vacía: ¡cosa de mayor alabanza que destruirla! Si a nosotros no hacéis caso, a lo menos imitad a los bárbaros, que no tienen tales espectáculos vergonzosos. Pero ¿qué excusa tendremos en adelante nosotros, los ciudadanos del cielo, los inscritos en el coro de los querubines, los consortes de los ángeles, si somos en esto peores que los bárbaros, cuando está en nuestra mano inventar otros mil géneros de placeres, mayores que ésos?

Si anhelas recrearte, anda a los jardines, al río que al lado se desliza, a los estanques. Contempla los huertos, escucha las cigarras que cantan, paséate por entre los sepulcros de los mártires, en donde se encuentra la salud de los cuerpos y la utilidad de las almas, sin daño alguno y sin remordimientos después, como después de aquellos espectáculos. Tienes esposa, tienes hijos. ¿Qué deleite hay que a ése se iguale? Tienes hogar, tienes amigos : esto alegra y juntamente con la templanza, produce ganancias grandes. ¿Qué hay, te pregunto, más suave que los hijos? ¿qué más dulce que la esposa para quienes son continentes? Corre entre la gente un dicho que aunque es de bárbaros pero está henchido de filosofía. Como ellos oyeran contar acerca de esos teatros perversos y de su infame deleite, comentaban: Los romanos, como si no tuvieran hijos ni esposas, inventaron esos placeres, con los que manifiestan que nada hay más dulce que los hijos y las esposas, si se quiere vivir honestamente.

¡Bueno!, dirás. Pero, ¿si yo demuestro que ningún daño se sigue de presentarse con frecuencia en el teatro? Respondo que ya esto mismo es un gravísimo daño: el perder el tiempo y escandalizar a otros sin causa ni motivo. Aun cuando tú no sufras daño, haces que el otro se aficione a tales espectáculos. Sin embargo, ¿cómo dices que no recibes daño, cuando das ocasión para esos espectáculos? Porque el charlatán adivino, el joven corrompido, la fornicaria, todos esos coros diabólicos, te hacen causante de los dichos espectáculos. Así como si no hubiera espectadores no habría quienes dieran el espectáculo, así, porque hay espectadores, comparten éstos la responsabilidad del fuego que desde ahí se reparte. De modo que aún cuando nada padezca con ello tu castidad -¡cosa que es imposible!- pagarás el grave castigo de los otros, ya sean espectadores ya actores.

Por lo que mira a la castidad, más habrías ganado con no asistir. Si ahora eres casto, más lo serías si no hubieras asistido. No discutamos, pues, inútilmente, ni busquemos vanas excusas. No hay sino una excusa, una defensa: huir de ese horno babilónico, vivir lejos de esa meretriz egipcia, aunque sea necesario abandonarle el manto. Así gozaremos de gran placer porque nuestra conciencia no nos acusará y llevaremos una vida casta y conseguiremos los bienes eternos, por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo, al que sea la gloria y el poder, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

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