miércoles, 5 de diciembre de 2018

Meditación: Mateo 15, 29-37

Llenaron siete canastos con los pedazos que habían sobrado.
Mateo 15, 37

He aquí una pregunta para reflexionar. Si Jesús es el perfecto Hijo de Dios y todo lo sabe, ¿por qué no les dio a los apóstoles la cantidad justa de alimento para esta multitud? ¿Por qué hubo sobras de pan? ¿Sería que le pareció que los discípulos tendrían hambre de nuevo, o que más tarde llegaría más gente? En realidad, lo más probable, es que Jesús haya usado el exceso de pan para enseñarles algo.

El número de cestas sobrantes, siete, nos da una pista. En la tradición judía, siete era una expresión de la perfección que solo se encuentra en Dios. Dios creó el mundo en seis días y descansó el séptimo, el cual fue un día de satisfacción y regocijo; un día para disfrutar de su creación. De la misma manera, el pan que Jesús dio a la multitud la satisfizo de una manera que ningún alimento terrenal podía hacerlo (Mateo 15, 37).

El número siete también ilustra la ilimitada generosidad de Dios. Isaías menciona siete dones del Espíritu Santo (Isaías 11, 2-3); en Proverbios leemos que la sabiduría divina tiene siete columnas (Proverbios 9, 1) y Jesús le dijo a Pedro que perdonara setenta veces siete, es decir, siempre (Mateo 18, 22). Sabía que Pedro podía ser así de indulgente porque la misericordia de Dios es infinita.

Observemos también que los Apóstoles comenzaron con siete canastas y terminaron con otras siete. De este modo, Jesús nos dice que siempre podemos confiar en que, cuando le damos algo a alguien, los recursos de Dios nunca se agotan. Los fragmentos que quedaron no eran realmente las sobras: ¡eran parte del suministro inagotable de las bendiciones de Dios!

Todos estos elementos se aplican de manera especial a la Sagrada Eucaristía, el Pan de vida, que Jesús nos da cada día en la Misa, que es su Cuerpo, diferente de cualquier otro alimento que podamos comer. Es perfecto, no carece de nada y está lleno de las bendiciones eternas e ilimitadas de Dios. Cuando recibimos este pan con fe y nos entregamos a Jesús de corazón, él nos llena de todo lo que necesitamos y satisface los deseos más recónditos del corazón. Además, nos da mucha gracia “sobrante” para compartir con todos aquellos que encontremos por el camino. ¡Qué tierno y generoso es nuestro Dios!
“Señor y Dios mío, yo confío en que tu Cuerpo y tu Sangre satisfagan los deseos más profundos de mi corazón.”
Isaías 25, 6-10
Salmo 23(22), 1-6
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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