miércoles, 15 de mayo de 2019

COMPRENDIENDO LA PALABRA 150519


«No he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo»

No es la ciencia la que rescata al hombre. El hombre es rescatado por el amor. Esto es válido ya en el dominio puramente humano. Cuando alguien, en su vida, hace la experiencia de un gran amor, para él se trata de un momento de «redención» que da un sentido nuevo a su vida. Pero, muy pronto, se dará cuenta de que este amor que le ha sido dado no resuelve, por sí sólo, el problema de su vida. Se trata de un amor que sigue siendo frágil; puede ser destruido por la muerte. El ser humano tiene necesidad de un amor incondicional. Tiene necesidad de poseer la certidumbre que le hace decir: «ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (Rm 8,38-39). Si existe este amor absoluto, con una certeza absoluta, entonces –y solamente entonces- el hombre es «rescatado», sea lo que fuere que le suceda en un caso particular.
Es lo que se quiere decir cuando se dice: Jesucristo nos ha «rescatado». Por él hemos llegado a ser, ciertamente, de Dios –de un Dios que no es una lejana «causa primera» del mundo- porque su Hijo único se hizo hombre, y de él puede cada uno decir: «Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí» (Gal 2,20).


Benedicto XVI
papa 2005-2013
Encíclica Spe Salvi, § 26

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