«Donde estoy yo, estéis también vosotros»
«En la casa de mi Padre, muchos pueden encontrar allí su morada, si no fuera así ¿os habría dicho: Voy a prepararos un lugar?»...Si en la casa de Dios no hubiera muchas estancias –decía el Señor- sería causa suficiente para anticiparme a preparar mansiones para los santos; pero como sé que hay muchas preparadas esperando la llegada de los que aman a Dios, no es ésta la causa de mi partida, sino la de prepararos el retorno al camino del cielo, como se prepara una estancia, y allanar lo que un tiempo era intransitable. En efecto, el cielo era absolutamente inaccesible al hombre y jamás, hasta entonces, la naturaleza humana había penetrado en el puro y santísimo ámbito de loa ángeles.
Cristo fue el primero que inauguró para nosotros esta vía de acceso y ha facilitado al hombre el modo de subir allí, ofreciéndose a sí mismo a Dios Padre como primicia de los muertos y de los que yacen en la tierra. Él es el primer hombre que se ha manifestado a los espíritus celestiales. Por esta razón, los ángeles del cielo, ignorando el augusto y grande misterio de aquella venida en la carne, contemplaban atónitos y maravillados a aquel que ascendía, y, asombrados ante el novedoso e inaudito espectáculo, no pudieron menos de exclamar: ¿Quién es ése que viene de Edom? (Is 63,1), esto es, de la tierra. Así, pues nuestro Señor Jesucristo nos «inauguró para nosotros este camino nuevo y vivo» (He 10,20) como dice san Pablo: «Ha entrado no en un santuario construido por hombre, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros» (He 9,24).
San Cirilo de Alejandría (380-444)
obispo y doctor de la Iglesia
Cometario al evangelio de Juan, 9; PG 74, 182-183
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