sino en aquel que me ha enviado.
Juan 12, 44
En el Evangelio de hoy, el Señor nos habla claramente y a grandes voces, como quien dice palabras que deben ser escuchadas claramente por todos. Sus palabras sintetizan su misión salvadora, pues él ha venido para “salvar al mundo”, pero no por su propia cuenta, sino en nombre del Padre, que lo ha enviado con este preciso propósito.
San Juan reitera invariablemente estos temas porque quiere que aprendamos a conocer quien es Jesús, y para que conociendo a Cristo conozcamos también al Padre, y conociendo al Padre tengamos la luz y la vida. Por eso el Señor pronunció este mensaje a viva voz.
La importancia de esta obra del Padre y de su Hijo merece la debida respuesta de quien escucha, la respuesta de la fe; la fe que nos da la luz para salir de las tinieblas del pecado, la autosuficiencia, la rebeldía y el egoísmo.
“Aceptar a Jesús” significa entonces creer, ver, escuchar al Padre, salir de las tinieblas y obedecer el mandato de vida eterna. Bien nos viene la amonestación de San Juan de la Cruz: “[El Padre] nos lo habló todo junto y de una vez por esta sola palabra (…). Por lo cual, si alguien quisiese ahora preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no solo sería una necedad, si no un agravio a Dios, porque no estaría poniendo los ojos totalmente en Cristo sin desear ninguna otra cosa o novedad.” (Del tratado de San Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, libro 2, cap. 22).
Estas palabras nos invitan a analizarnos para ver si hemos crecido en nuestro entendimiento y aceptación de la vida y la enseñanza de Cristo Jesús. ¿Vemos que en realidad él es la luz del mundo que vino a salvarnos? ¿Reconocemos que su palabra es la misma palabra del Padre y que sus mandamientos son fuente de vida eterna? Si aceptamos de corazón estas verdades y las vivimos, la vida de Dios puede ser una realidad en todos nosotros.
Si de veras queremos tener esta vida, debemos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude a aceptar y recibir a Jesús, que por el amor que fluye de su sagrado Corazón, nos invita a venir a su lado. La única condición que se necesita para recibir la vida divina que Cristo ganó para todos sus fieles es creer en él y llevar una vida sacramental y de fidelidad a Dios.
“Padre santo, ten piedad de mí, pues deseo vivir como hijo de la luz. Ayúdame, Señor, a alabar y glorificar tu nombre hoy y siempre.”
Hechos 12, 24—13, 5
Salmo 67 (66), 2-3. 5-6. 8
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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