“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?” Estas palabras: “¿Quién soy yo para merecer este favor?”no son signo de ignorancia, como si Isabel, llena del Espíritu Santo no supiera que la Madre del Señor había venido a ella por voluntad de Dios. He aquí el significado de estas palabras: “¿Qué he hecho de bien? ¿En qué mis obras son suficientemente importantes para que la Madre del Señor venga a verme? ¿Acaso soy una santa? ¿Qué perfección, qué fidelidad interior me han merecido este favor, una visita de la Madre del Señor?” “Porque en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.” Había sentido que el Señor había venido para santificar a su siervo incluso antes de su nacimiento
¡Que pueda llegar a ser tratado de loco por los que no tienen fe por haber creído en tales misterios!… Porque lo que es considerado locura por estas personas, para mí es causa de salvación. En efecto, si el nacimiento del Salvador no hubiera sido celestial y bendito, si no hubiera tenido nada de divino y superior a la naturaleza humana, jamás su doctrina no hubiera llegado a toda la tierra. Si en el seno de María no hubiera habido más que un hombre y no el Hijo de Dios, ¿cómo se hubiera podido hacer que en aquel tiempo, y todavía hoy, sean curadas toda clase de enfermedades, no sólo del cuerpo, sino también del alma?... Si recogemos todo lo que se ha narrado de Jesús, podemos constatar que todo lo que se ha escrito referente a él es considerado divino y digno de admiración, porque su nacimiento, su educación, su poder, su Pasión, su resurrección no son tan sólo hechos que tuvieron lugar en aquel tiempo: todavía actúan hoy en nosotros.
Orígenes (c. 185-253)
presbítero y teólogo
Séptima homilía sobre San Lucas; PG 13, 1817s
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