Evangelio según San Juan 6,60-69.
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?".
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza?
¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede".
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?".
Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna.
Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos amigos y amigas:
La lectura del Libro de los Hechos comienza con una mirada sintética sobre la situación interna de la Iglesia. La comunidad cristiana está «en paz», progresaba en el temor del Señor, crece con la asistencia del Espíritu Santo. Resulta interesante ver a Pedro de «visita pastoral» como apoya, ayuda, anima a los discípulos de la Iglesia naciente. Esta escena presenta a Pedro reproduciendo un clima primaveral, sorprendente, sanando a los enfermos, aliviando el sufrimiento, devolviendo la vida como Jesús. Vemos como Pedro hace realidad el encargo de Jesús de cuidar su pueblo.
Los primeros discípulos y misioneros anunciaban de palabra y de obra la Buena Noticia de Jesús. La experiencia de Dios que encontramos en Jesús nos debe llevar a esa coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Nuestras comunidades cristianas están llamadas a tener el coraje y la valentía de anunciar el Reino de Dios con obras y palabras. No podemos conformarnos con la vivencia de una fe por costumbre, a medias, sin convicción. Nuestra experiencia creyente debe influir en medio de la realidad en la que vivimos. La exigencia es de vivir como resucitados en medio de la historia.
San Óscar Romero en una homilía del 29 de octubre de 1978 decía: «Una comunidad cristiana se evangeliza para evangelizar. Una luz se enciende para alumbrar. No se enciende una candela y se mete debajo de un canasto, decía Cristo; se enciende y se pone en alto para que ilumine. Esto es una comunidad verdadera. Una comunidad de hombres y mujeres que han encontrado en Cristo y en su Evangelio la verdad y la siguen, y se unen para seguirla más fuertemente. No es simplemente una conversión individual; es conversión comunitaria, es familia que cree, es un grupo que acepta a Dios. Y, como grupo, cada uno siente allí que el hermano lo fortifica y que en momentos de debilidad se ayudan mutuamente y, amándose y creyendo, dan luz, son ejemplo, de tal manera que el predicador ya no necesita predicar cuando hay cristianos que han hecho de su propia vida una predicación».
Después de la amplia revelación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm sobre el pan de vida, los discípulos manifiestan su malestar y comentaban que un discurso así «¿quién puede hacerle caso?». Delante del escándalo y la murmuración de los discípulos, Jesús puntualiza que «el Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida». La fe en la persona de Jesús y el seguimiento son un don, es una gracia que se nos concede. Cuando no somos capaces de reconocer la vida nueva que Jesús nos da, nos pasa como a esos discípulos que se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Pidamos en nuestra oración que el Señor nos alimente siempre con el pan de su Palabra, con su cuerpo y su sangre, con su espíritu de vida. Haciendo nuestras las palabras de Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna».
Fraternalmente, Edgardo Guzmán, cmf.
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