lunes, 31 de julio de 2017

¿Cómo preparar a nuestros hijos para que conozcan a Dios?

Tenemos al alcance instrumentos “ya preparados”, para imprimir las verdades divinas en las almas de nuestros hijos, de la forma más natural posible. La práctica de nuestra devoción abarca todos los sentidos, el cuerpo y la mente.







De entre todos los padres de familia cristianos, los católicos ortodoxos nos encontramos en una posición única, desde el punto de vista de la educación religiosa. Y es que tenemos al alcance instrumentos “ya preparados”, para imprimir las verdades divinas en las almas de nuestros hijos, de la forma más natural posible. La práctica de nuestra devoción abarca todos los sentidos, el cuerpo y la mente. Desde sus primeros meses de vida, el niño se acostumbra al olor del incienso, al gusto de la Santa Eucaristía, a ver la luz de velas y candelas, a contemplar los íconos, a escuchar los cánticos y las bellas oraciones litúrgicas, a tocar objetos santificados y a identificar, intuitivamente, cuándo se encuentra en un lugar santo.
A pesar de que la Iglesia —por medio de su arquitectura, su rito litúrgico, su escuela para niños y otros símbolos religiosos— le ofrece al niño imágenes que provienen de una realidad más amplia, es decir, del Reino de Dios, los padres no dejan de ser, de hecho, sus principales guías en la fe. Ciertamente, esas pocas horas dominicales en la iglesia no son suficientes para completar la educación religiosa de nuestros hijos. En verdad, estamos hablando de una responsabilidad muy grande.
Por eso, los padres deben colaborar con Dios para crear esa escalera hacia la fe en sus almas y enseñarles el camino a la deificación, según sus capacidades, por medio de sus obras y palabras. Es su deber —más que el de cualquier otra persona— el enseñarles a sus hijos esa forma especial de comunicación llamada “devoción”. Los símbolos piden ser explicados, y las explicaciones piden nuestra entrega. Nuestro idioma religioso, la forma como comunicamos la fe con todo lo que hacemos y decimos, necesita de una meditación profunda y atenta.
Sobre todo, es bueno recordar que la educación religiosa no termina a los dieciséis años. La evolución en la escala de la fe se materializa, especialmente, en el seno de la familia.
(Traducido de: Elizabeth White, Cum îndrumăm copilul în viaţa duhovnicească, Editura Sophia, Bucureşti, 2012, p. 100)
fuente: Doxología

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