Sin el esfuerzo de hacer el bien, el corazón se dispersa en toda clase de pensamientos.
Sin el esfuerzo de hacer buenas obras, el corazón se dispersa en toda clase de pensamientos. Y esa dispersión provoca que el hombre olvide el deber de hacer el bien. Ese olvido puede avanzar tanto, hasta convertirse en una oscuridad mental total, haciendo que el individuo deje de preocuparse por el propósito de su vida y del mundo. A este estado llega aquel que, aunque llora un tiempo por sus pecados, no pasa a las buenas acciones, contrarias a los pecados. Esta disgregación, olvido y oscuridad, viene acompañada de una sequedad profunda del corazón.
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