23 de julio de 2017
“Que la Virgen María nos ayude a comprender en la realidad que nos rodea no sólo la suciedad del mal, sino también el bien y lo bello, para desenmascarar la obra de Satanás y, sobre todo, para confiar en la acción de Dios que fecunda la historia”.
Fue el deseo que expresó el Papa Francisco antes de rezar el Ángelus del XVI domingo del tiempo ordinario con miles de fieles y peregrinos que se dieron cita en la Plaza de San Pedro para escuchar su comentario al Evangelio, rezar por sus intenciones de Pastor de la Iglesia Universal y recibir su bendición apostólica.
Refiriéndose a las tres parábolas con las que Jesús habla del Reino de los cielos, en esta ocasión, el Obispo de Roma se detuvo a considerar la primera, que se refiere al grano bueno y a la cizaña, que ilustra el problema del mal en el mundo y pone de manifiesto la paciencia de Dios.
El Papa Bergoglio explicó que con esta imagen Jesús quiere decirnos que en este mundo el bien y el mal están entrelazados a tal punto que es imposible separarlos y extirpar todo el mal. De ahí que haya afirmado que sólo Dios puede hacerlo. A la vez que recordó que la situación actual, con sus ambigüedades y su carácter heterogéneo es el ámbito de la libertad de los cristianos, en que se pone en práctica el ciertamente difícil ejercicio del discernimiento.
De manera que, como explicó Francisco, se trata de unir, con gran confianza en Dios y en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias, a saber: la decisión y la paciencia. Hacia el final de su reflexión, el Santo Padre dijo que “mirar siempre y sólo el mal que está fuera de nosotros, significa que no queremos reconocer el pecado que también está en nosotros".
Después de la oración mariana del Ángelus el Obispo de Roma manifestó la preocupación con la que sigue las graves tensiones y la violencia desatadas en estos días en Jerusalén. Por esta razón hizo un apremiante llamamiento a la moderación y al diálogo, a la vez que invitó a unirse a su oración, a fin de que el Señor inspire en todos propósitos de reconciliación y de paz.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La página evangélica de hoy propone tres parábolas con las cuales Jesús habla a la multitud del Reino de Dios. Me detengo en la primera: aquella de la buena semilla y de la cizaña, que ilustra el problema del mal en el mundo y pone en evidencia la paciencia de Dios (Cfr. Mt 13,24-30.36-43). ¡Cuánta paciencia tiene Dios! También cada uno de nosotros puede decir esto: “¡Cuanta paciencia tiene Dios conmigo!”. La narración se desarrolla en un campo con dos protagonistas opuestos. De una parte el dueño del campo que representa a Dios y siembra la buena semilla; de otra parte el enemigo que representa a Satanás y siembra la mala hierba.
Con el pasar del tiempo, en medio del trigo crece también la cizaña, y ante este hecho el dueño y sus siervos tienen actitudes diversas. Los siervos quisieran intervenir arrancando la cizaña; pero el dueño, que está preocupado sobre todo por la salvación del trigo, se opone diciendo: «No, porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo» (v. 29). Con esta imagen, Jesús nos dice que en este mundo el bien y el mal están tan entrelazados, que es imposible separarlos y extirpar del todo el mal. Sólo Dios puede hacer esto, y lo hará en el juicio final. Con sus ambigüedades y su carácter complejo, la situación presente es el campo de la libertad, el campo de la libertad de los cristianos, en el cual se realiza el difícil ejercicio del discernimiento entre el bien y el mal.
En este campo, se trata pues de unir, con gran confianza en Dios en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias: la decisión y la paciencia. La decisión es aquella de querer ser la semilla buena, todos lo queremos, con todas sus fuerzas, y entonces tomar distancia del maligno y de sus seducciones. La paciencia significa preferir una Iglesia que es levadura en la masa, que no teme ensuciarse las manos lavando la ropa de sus hijos, más bien que una Iglesia de “puros”, que pretende juzgar antes del tiempo quién está en el Reino de Dios y quién no.
El Señor, que es la Sabiduría encarnada, hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no se pueden identificar con territorios definidos o determinados grupos humanos: “Estos son buenos, estos son malos”. Él nos dice que la línea de confín entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona, pasa por el corazón de cada uno de nosotros, es decir, somos todos pecadores. Me dan ganas de preguntarles: “Quién no es pecador levante la mano”. ¡Ninguno! Porque todos los somos, somos todos pecadores. Jesucristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado y nos da la gracia de caminar en una vida nueva; pero con el Bautismo nos ha dado también la Confesión, porque tenemos siempre la necesidad de ser perdonados de nuestros pecados. Mirar siempre y solamente el mal que esta fuera de nosotros, significa no querer reconocer el pecado que también está en nosotros.
Y entonces Jesús nos enseña un modo diverso de mirar el campo del mundo, de observar la realidad. Estamos llamados a aprender los tiempos de Dios – que no son nuestros tiempos – y también la “mirada” de Dios: gracias al influjo benéfico de una impaciente espera, lo que era cizaña o parecía cizaña, puede convertirse en un producto bueno. Es la realidad de la conversión. ¡Es la perspectiva de la esperanza!
Nos ayude la Virgen María a tomar de la realidad que nos circunda no solamente la suciedad y el mal, sino también el bien y lo bello; a desenmascarar las obras de Satanás, pero sobre todo a confiar en la acción de Dios que fecunda la historia.
Francisco
Domingo 23 de Julio de 2017
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