martes, 25 de julio de 2017

COMPRENDIENDO LA PALABRA 250717

Eusebio de Cesárea (c. 265-340), obispo, teólogo e historiador 
Historia eclesiástica, II, 3, 9 (trad. SC 31, p. 54s rev.)
El martirio de Santiago, apóstol

      Sin duda que fue gracias a un poder y a una asistencia del cielo que la doctrina de la salvación, iluminara de repente, como un rayo de sol, toda la tierra. En efecto, siguiendo las divinas Escrituras, la voz de los evangelistas y de los apóstoles, resonó por toda la tierra; sus palabras llegaron hasta los confines del universo. Y en cada ciudad, en cada pueblo, al igual que en cada superficie al aire libre, se constituyeron en grupo Iglesias fuertes con millares de hombres, llenas de fieles...

      Pero bajo el reinado del emperador Claudio, el rey Herodes se dedicó a maltratar a algunos miembros de la Iglesia; fue así que hizo matar a Santiago, hermano de Juan, a filo de espada (Hch 12,2). Clemente nos da el siguiente relato de Santiago, digno de recordar: el mismo que lo condujo al tribunal se conmovió viendo cómo daba testimonio, y confesó que también él era cristiano. Los dos (dice) fueron conducidos juntos al suplicio; y a lo largo del camino, éste pidió a Santiago que le perdonara. Santiago reflexionó un instante y le abrazó diciendo: «¡La paz sea contigo!» Y los dos fueron decapitados al mismo tiempo.

      Entonces, como dice la Divina Escritura, al ver Herodes que el acto de asesinar a Jacobo agradó a los judíos, intentó rematarlo con Pedro; lo hizo prisionero, y hubiera llevado a cabo el asesinato, de no haber sido por una manifestación divina, en la que un ángel se le apareció durante la noche y le sacó de las prisiones milagrosamente, libertándolo para el ministerio de la predicación. Así fue el plan divino para Pedro (Hch 12,4-17).

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