Ruperto de Deutz (c. 1075-1130), monje benedictino
De la Trinidad y sus obras, 42, 4; PL 167, 1130
«Aquí hay uno que es más que Salomón»
El profeta Natán concertado con Betsabé, presentaron juntos su proyecto ante el anciano, el sabio Rey David que iba a morir (1R 1). Es entonces cuando Salomón cuyo nombre significa "señor pacífico" recibió la unción real. Después, todo el pueblo recuperó su situación cotidiana; la multitud estaba contenta y la alegría era tan grande que los clamores hacían vibrar la tierra, porque el rey había declarado: "Establezco a Salomón como rey en Israel y el sur de Judea" (v. 35.40). Esta entronización prefigura sin duda alguna, el misterio del que habla Daniel: «Comenzó la sesión y se abrieron los libros... vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino» (Dn 7,10-14).
Por lo tanto, por la iniciativa de un profeta, Salomón fue nombrado rey, así se cumplieron las profecías en su sentido espiritual, que Cristo, Hijo de Dios, sería reconocido Rey pacífico, Rey de la gloria de Padre, atrayéndolo todo hacia Él. Salomón ha llegado a ser Rey en vida de su padre, como Cristo fue establecido Rey por Dios, el Padre que no puede morir. Sí, ciertamente, lo hizo Rey, «heredero de todas las cosas» (He 1,2), el que no muere y ni morirá jamás. Y, lo que es admirable y único, Cristo, heredero de un Padre siempre vivo y que nunca morirá, murió, una vez por todas; entró en la vida y no morirá nunca más.
Entonces, Salomón «se sentó en la mula del Rey»(1R 1,38). Mejor dicho, sobre el trono de su Padre, es decir sobre toda la Iglesia..., «por encima de principados, potestades, tronos y dominaciones» (Ef 1,21), y Cristo está sentado ahora «a la derecha de la Majestad en los cielos» (He 1,3). Por ello toda la multitud sube a su casa, un pueblo que canta y acoge con beneplácito. Y la tierra se estremece de su clamor. Nosotros también hemos entendido la gran alegría de quienes proclamaban la gloria, es decir el júbilo de los apóstoles cuando hablaban en todos los idiomas (Hchos. 2) ya que "por toda la tierra ha resonado su voz" y "sus palabras han llegado hasta los confines del mundo" (Sal. 18,5).
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