San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre Lázaro, 2
«¡El que tenga oídos, que oiga!»
Un sembrador se fue a echar la semilla y una parte cayó al borde del camino, pero vinieron las aves y se la comieron, otra parte cayó en tierra buena. Tres partes se perdieron, una sola fructificó. Pero el sembrador no cesó de cultivar el campo. Le basta que una parte se conserve para no dejar su trabajo. En este momento es imposible que el grano que yo echo en medio de un auditorio tan numeroso deje de germinar. Si no todos escuchan, una tercera parte sí que escucha. Si no es una tercera parte será una décima. Si incluso no llega a una décima parte, si hay uno sólo que escucha en esta asamblea numerosa, no dejaré de hablar.
No es pequeña cosa la salvación de una sola oveja. El Buen Pastor dejó las noventa y nueve para correr tras la oveja descarriada. (Lc 15,4) No podría despreciar a ninguna. Incluso si no hubiera más que uno que escucha, siempre sería un ser humano, un ser tan querido por Dios. Aunque fuera un esclavo, no lo despreciaría, porque busco el valor personal y no la condición social, busco al hombre. Aunque no hubiera más que uno, siempre sería el hombre, aquel por quien fueron creados el sol, el aire, los manantiales y el mar, enviados los profetas, dada la Ley. Por el ser humano, el Hijo único de Dios se hizo hombre. Mi Señor se inmoló, su sangre ha sido derramada por el hombre y yo ¿sería capaz de menospreciar a quien fuera?...
No, no dejaré de sembrar la palabra aunque nadie escuchara. Soy médico, ofrezco mis remedios. Tengo que enseñar, tengo que instruir porque está escrito: «Te he constituido centinela de Israel.» (Ez 3,17)
No hay comentarios:
Publicar un comentario