La espiritualidad se expresa en la vida, en cómo nos animamos a vivirla cada día. Tiene que ver con nuestros deseos, nuestros sueños, búsquedas, horizontes hallados, o quizás todavía lejanos. La espiritualidad se reconoce en esa honda ansia de amor que alienta el corazón del hombre, y también en su inquietud por el encuentro libre y verdadero.
Cada uno a su tiempo, y con matices diversos, hemos intuido ese lugar interior donde nos conectamos con nuestros sentimientos y sensaciones, ahí donde se enlazan oscuridades y luces, donde resuenan entusiasmos y desasosiegos. ¿Qué sentí?, ¿de dónde viene esta alegría?, ¿y este rechazo?, ¿o esta compasión que me sorprende? ¿Y hacia dónde me lleva?
Universo de emociones, expresión del corazón que es preciso escuchar: esos sentimientos representan cómo la realidad del mundo nos afecta y resuena, como un eco. Necesitamos integrar esas resonancias, ordenarlas, libremente.
Y mientras buscamos, atreviéndonos a otro proyecto de vida, alguien nos acerca la experiencia espiritual de san Ignacio, que invita a mirar el mundo con la mirada de Dios. Orando, en el camino de la espiritualidad ignaciana vamos aprendiendo a vivir agradecidos, unificados, reconciliados con nuestras fragilidades, contemplando la realidad con ojos nuevos, confiados, y atentos. Cada día tiene su fiesta y su milagro, y desde esa gracia, humildes, pedimos una vida renovada, sensible, escuchando el dolor en el mundo.
Vivir contemplando será intentar que todo lo que la vida nos brinda adquiera una calidad y un alcance más hondos: considerando a las personas, al gesto, sin juicios apurados, aceptando cambios y alternativas. Contemplar para aceptar, también, nuestras heridas y limitaciones, con una actitud más serena y humilde. Los sentidos se afinan, y cada día es posible descubrir signos de esperanza, mapas de Dios, en nuestras realidades.
Siempre pidiendo, siempre confiando, en oración. Contemplar, activamente, en un proceso vivo, en el que nuestras propias elecciones configuran el material que la vida ha ido sedimentando en nuestro interior. La identificación con la espiritualidad ignaciana se irá afianzando cuando, fieles y libres, experimentemos que nuestras acciones, nuestros sentimientos, deseos, ideas y valores armonizan, progresivamente, con el modo de vivir la relación con Dios, con los demás, con el mundo y nosotros mismos, tal como lo ofrece san Ignacio en los Ejercicios Espirituales.
CVX- comunidad Pan de Vida
Equipo del CEIA
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